Algo del orden de la verosimilitud mal constituida y del peor desarrollada es lo que gravita indefectiblemente sobre esta producción.
Los primeros cincuenta minutos giran en torno a la construcción de un personaje. En la primera secuencia nos enfrentamos a Eduardo (Diego Peretti) manejando un vehiculo de los de alta gama, léase muy caro, por rutas del sur argentino, algo muy identificable sobre todo por lo desértico y árido. En medio de esta situación Eduardo y nosotros vemos el resultado de un accidente automovilístico, un auto volcado al costado de la ruta y una mujer pidiendo auxilio, pero él no detiene la marcha, sigue de largo, no por no haberlo visto sino sólo porque decide continuar sin prestarle atención.
A partir de este incidente toda su presentación, excesivamente larga, no hace más que confirmar que estamos frente a un típico misántropo, hecho y derecho, además de ingeniero vinculado a la extracción del petróleo.
¿Metáfora de alguien que perfora para hacer salir y poder mostrar lo que tiene adentro?
Puede ser, pero resulta muy poco, al menos en un principio, ya que todo quedaría supeditado a la libre interpretación de los espectadores.
No se dan razones. Mejor dicho, el director decide no justificar al personaje, y sólo la llamada de un amigo hará que por primera vez su accionar vaya dirigido hacia la ayuda que le solicita Mario (Alfredo Casero). Éste vive en Ushuaia con su familia, una mujer y dos hijas adolescentes, y opera como dueño de un negocio de venta de artículos para turistas. A punto de internarse en un nosocomio para realizarse exámenes físicos por una dolencia, le solicita que se haga cargo del grupo familiar y del comercio, al menos por un tiempo. Situación que sólo se devela con la llegada de Eduardo a la ciudad más austral del mundo.
Esta situación, a partir de determinados sucesos, hará que las tres mujeres se vean obligadas a interactuar con el recién llegado.
Todos los actos de todos los personajes son aceptados de manera inmediata, sólo porque quiero creer que así esta escrito en el guión, tal es el descuido sobre su construcción y la de los personajes.
Para colmo, querer arreglar este desatino con alguna frase, y no con acciones, que justifiquen el maniobrar de Eduardo, y presentar un giro empático con tintes de golpe bajo, es tomar al espectador por tonto, o podría pensar qué es lo que pudo haberse hecho.
Dicho esto, se aprecia que todos los rubros técnicos son impecables, desde la dirección de fotografía hasta el diseño de sonido. Lo mejor del filme son las actuaciones, pues Diego Peretti conforma un personaje difícil y lo hace de manera extraordinaria, en tanto Alfredo Casero esta muy bien… contenido, o digamos que dirigido, ya que evita exageraciones en el trazado de su personaje, lo que se agradece. Por su parte Claudia Fontán, en el papel de la esposa, también cumple casi a la altura de Peretti, en tanto las responsables de animar a las hijas hacen lo que pueden con lo que les tocó en suerte.
El punto es que no puede sostenerse un filme sólo por las actuaciones, menos aún cuando más de la mitad del metraje hace foco solamente en un personaje, lo que permite observar claramente que la falla esta en el guión, por lo que ya no importa si la elección de las posiciones de cámara son correctas, si el montaje es clásico, si los encuadres son muy buenos. La primera premisa cinematográfica no se cumple, no entretiene. Conclusión, aburre todo el tiempo, y el final sorprende por lo ofensivo hacia los espectadores.