Las islas y sus archipiélagos
Si bien la imponente Ushuaia es la geografía elegida para el desarrollo de este drama intimista, La reconstrucción, cuarto largometraje del director Juan Taratuto, quien vuelve a contar entre sus actores con Diego Peretti, acompañado por Claudia Fontán y Alfredo Casero, son en realidad los paisajes interiores aquellos que predominan en la trama del film.
En esta propuesta diferente encarada por el director de Un novio para mi mujer; un interesante desapego del género de la comedia romántica trabajado en sus anteriores películas para encarar con audacia un coqueteo con el cine de autor, con un meticuloso manejo de los recursos cinematográficos desde el aspecto del lenguaje audiovisual, prevalece el punto de vista del protagonista Eduardo (gran composición de Diego Peretti), un trabajador del petróleo, parco y con un código de conducta muy personal, quien arrastra en su paso algo desganado un pasado que nunca termina por configurarse pero del que Taratuto se encarga de entregar a través de los ajustados y creíbles diálogos la información justa para que el espectador comprenda ciertos impulsos de Eduardo y su hostilidad manifiesta con el entorno.
Eduardo es una isla conceptualmente hablando pero está rodeado de archipiélagos como Mario (un sobrio Alfredo Casero), un viejo amigo que le pide un favor de esos que comprometen y de los que no se puede retroceder una vez aceptado el encargo: sustituirlo durante un tiempo de ausencia tanto en el manejo de su local de venta como en la atención de su familia constituida por Andrea (Claudia Fontán), su esposa, y dos hijas adolescentes (Maria Casali, Eugenia Aguilar, ambas verosímiles en sus papeles como hermanas), atravesadas por los conflictos familiares cotidianos y también en pleno desarrollo de una edad difícil y definitoria como esa, en el particular escenario de la Patagonia.
A partir del choque de estas islas en la desolación; en la angustia por la pérdida y durante el "mientras tanto" de un doloroso duelo devenido depresión en el caso de Andrea y malestar e impotencia en sus hijas, Eduardo se sumerge en un viaje iniciático que lo conecta por un lado con un presente distinto al imaginado y con un pasado que necesita ser reconstruido desde los afectos para que el futuro implique la creación de un nuevo puente comunicante para con los otros y lo más importante para consigo mismo.
La reconstrucción también se ancla en la reparación de los sentimientos para dejar de vivir aislado, a pesar de los sufrimientos que implica comprometerse con el otro cuando todo parece estar encaminado a un viaje solitario y sin rumbo definido.
El guión que Taratuto escribió con la colaboración de Diego Peretti se encarga de abrir el espacio a la reflexión sobre los grandes temas como la ausencia, la soledad, desde el detalle y con el foco en la subjetividad del protagonista, dado que el espectador observa y mira lo mismo que él; descubre también lo mismo pero no siente igual aquel dolor o la frustración de no cambiar, hasta que se realiza el intento.
La puesta en escena habilita el espacio cinematográfico para que la distancia entre la cámara y los personajes no contaminen los climas ni tampoco desperdicie el cúmulo de tiempos muertos o silencios incómodos que sobrevuelan constantemente la atmósfera, a veces tensa en el período de convivencia y conocimiento mutuo entre Eduardo y la familia de Mario.
Tampoco contamina la mirada de Taratuto el paisaje exterior, aspecto de la imagen muy bien aprovechado por la fotografía, así como la presencia de la luz muy distinta para interiores y en sintonía muchas veces con el estado anímico de los personajes.
El nuevo desafío de Juan Taratuto esta vez también como productor marca un punto de inflexión en su filmografía como ocurriera hace unos años con Pablo Trapero y su personal film Nacido y criado, particularmente rodado en locaciones en los confines del mundo donde el bullicio de lo urbano y la monocromía de sus junglas de cemento no existen para poder escuchar otros sonidos de la vida o el propio silencio de la muerte, mientras los vientos de cambio soplan entre la furia del dolor y alivian las heridas del corazón en un abrazo dado a tiempo antes de que sea demasiado tarde. Nunca es tarde para cambiar y Juan Taratuto lo ha entendido pronto con esta gran película.