Un cineasta y su apuesta
Juan Taratuto construyó una carrera vinculada a la comedia romántica con No sos vos, soy yo (2004), ¿Quién dice que es fácil? (2007) y Un novio para mi mujer (2008), que por ende hilvanó un horizonte de espectador que espera ver determinadas cosas cuando se le presenta un nuevo film del director. Sin embargo, con La reconstrucción, el realizador apuesta a romper con los esquemas previos y los prejuicios, dando un giro de 180º en su filmografía.
Es que La reconstrucción es un drama hecho y derecho, casi sin humor (incluso las secuencias que podrían ser catalogadas como humorísticas están cimentadas desde una perspectiva dramática), que seguramente va a desconcertar a los que esperaban ver lo nuevo “del director de Un novio para mi mujer”. De hecho, es notorio el contraste entre el tráiler (que intenta vender una comedia con aspectos dramáticos, casi como una de las Historias del corazón, a ser presentada por Virginia Lago) y lo que se ve finalmente en el largometraje.
El film arranca centrándose fuertemente en Eduardo (Diego Peretti), un trabajador de la industria petrolera terriblemente parco, inexpresivo y hasta mala leche en ciertas ocasiones, en el que se puede intuir un pasado doloroso. Ya Taratuto arriesga fuertemente desde el vamos, porque nunca sale del punto de vista de este personaje, jamás toma un descanso y por momentos el asunto se torna asfixiante. Y el tono continúa a pesar del avance del relato, con Eduardo teniendo que trasladarse de Río Turbio a Ushuaia para darle una mano a un antiguo amigo, Mario (Alfredo Casero), quien debe hacerse una operación impostergable y necesita que le cuiden tanto su negocio como su familia, integrada por su esposa, Andrea (Claudia Fontán) y sus dos hijas.
Lo que sigue es tan lógico en sus giros que ni siquiera los giros del guión están muy marcados y la historia fluye casi como un río, con apenas un diálogo fuerte, donde Eduardo y Andrea dejan aflorar un poco de sus sentimientos. Incluso se percibe que el director pareciera interrogar, desde el lugar de alguien que conoce a la comedia al dedillo, a los códigos, herramientas y situaciones de las típicas narraciones dramáticas focalizadas en tópicos como la pérdida y la redención. Un ejemplo es una escena donde Taratuto utiliza la profundidad de campo, sosteniendo el plano, mostrando en el fondo a Andrea y sus hijas discutiendo por una tontería, mientras en primer plano se lo ve a Eduardo comiendo con cara de nada. Es evidente la intención primaria de mostrar la desconexión del protagonista con su contexto, pero hay además una voluntad de dialogar con lo esperable dentro del género dramático, como preguntándose si estas discusiones no son ya demasiado típicas en las familias en casos de pérdidas repentinas, si esto no está ya está demasiado transitado, si por ahí hay otras formas de contar esto, porque las familias e individuos no son siempre los mismos.
La sequedad con que va manejando los acontecimientos le permite a Taratuto salirse de lo obvio, y eso se nota incluso en las actuaciones, ya que Peretti, Casero y Fontán también eluden las expectativas previas: los tres en ningún momento caen en el desborde y menos que menos en el chiste fácil, llegando a extremos en el caso del primero. También es cierto que este virtuoso medio tono por momentos se convierte en defecto: el film repite el estereotipo del sur argentino repleto de gente parca, con demasiados problemas a cuestas, y a la vez cuesta identificarse con el cambio en Eduardo y su reapertura hacia lo que le propone el mundo. No deja de ser llamativo que por momentos diera la impresión de que el director notara esto, y en consecuencia cae en algunas escenas y líneas en los últimos momentos que se podría decir que están de más, aunque nunca calificarlas como de trazo grueso.
Primera obra realizada con su productora propia, aunque financiada por Telefé, La reconstrucción puede vislumbrarse como la película que Taratuto quiso hacer en este momento, su momento, contra viento y marea. Difícil que el film tenga éxito, pero no deja de ser un acto de saludable atrevimiento, mucho más interesante que la gran mayoría del cine argentino, más si tenemos en cuenta que proviene de uno de los máximos exponentes de la parte más industrial.