Cuando distintas ideologías operan con los mismos parámetros
Un río divide a las dos Coreas desde 1948, un río que las separa y las aleja cada vez más. Aunque, definitivamente no es la geografía quien genera la distancia sino sus ideologías políticas que las hacen mirarse de reojo permanentemente, como una partida de ajedrez donde lo que predomina es la desconfianza mutua, porque Corea del Norte es comunista y Corea del Sur es capitalista. Cada país cree que hace lo correcto, y las diferencias entre ellos son irreconciliables.
Bajo ese concepto, el director surcoreano Kim Ki-duk, nos lleva hacia la frontera de las dos Coreas para contarnos una historia particular, pero que puede ser realmente factible, por tratándose de países que se encuentran en una tensión permanente.
Cuando un humilde pescador llamado Nam Chul-woo (Ryoo Seung-bum), que vive con su mujer y su pequeña hija en una modesta casa en Corea del Norte, cerca del río fronterizo, cuyo medio de vida es salir a pescar todos los días con su lancha, lo que le demando diez años reunir el dinero para adquirirla, y es todo lo que posee, sale a navegar con tanta mala suerte que la red de pesca se engancha con la hélice del motor de la embarcación y la corriente lo lleva a la deriva hacia Corea del Sur. Este simple accidente, que podría quedar sólo en una anécdota más, al protagonista y a su familia les va a cambiar la existencia para siempre.
La suerte es un factor fundamental para tener una vida tranquila y placentera. Estar en el lugar correcto, en el momento indicado y con las personas adecuadas, nos puede permitir crecer y evolucionar en todos los aspectos, de acuerdo a nuestras perspectivas. Pero, eso no le ocurrió a Nam, a quien detienen por considerarlo un posible espía, lo alojan en una buena habitación, le dan ropa nueva y abundante comida, para convencerlo en ser un desertor y vivir en el capitalismo. Todos desconfían de él, excepto su cuidador Oh Jin-woo (Lee Won-geun), porque quien está a cargo de la investigación, Jang (Kim Young-min), lo presiona, lo tortura física y psicológicamente para que piense realmente que es un espía, y no lo dejará en paz hasta que confiese.
Cuando termina el calvario, al devolverlo a su patria, le pasa exactamente lo mismo. Ambos regímenes lo terminan agotando mentalmente y lo vacían por dentro.
El relato transmite un gran duelo entre toda la rudeza y la crueldad que un obsesivo por su trabajo y sus ideales pretenden imponer, aunque no sea cierto y un ciudadano obstinado, que mantiene sus principios y convicciones férreamente, cueste lo que cueste.
El director de este modo hace una crítica severa de cómo se manejan ambas naciones que, pese a que políticamente son distintos, defienden sus intereses con iguales prácticas y similares métodos.