ENREDADOS POR LO DOMINANTE
Como todas las mañanas, Nam Chul-woo presenta los documentos en el puesto de vigilancia fronterizo y se acerca hasta su bote para salir a pescar. Pero esa mañana no es como las demás. Tal vez sea la conversación breve con el hombre de seguridad militar sobre las edades de sus hijos o la forma en que mira la foto de su familia; de cualquier manera, la pregunta que éste le lanza cuando se empieza a adentrar en el agua vaticina la poca fortuna del protagonista: “¿Qué harás si el barco se rompe y empieza a flotar hacia el sur?”. “Es todo lo que tengo”, responde el pescador sin convencer a los camaradas.
La desconfianza se acentúa cuando la red se atora en la hélice del motor impidiéndole el dominio del bote; entonces, la tensión traspasa la pantalla: se piden refuerzos para dispararle a Chul-woo, mientras que uno de los hombres lo ve agitando los brazos en señal de auxilio gracias al largavistas; un forcejeo de ideales, deberes y gestos que se diluye como el curso lento y apaciguado de la barcaza hasta cruzar una línea no tan imaginaria y convertirse en un potencial espía según la Corea del sur capitalista.
De esta forma, lo que era una mirada puramente ideológica replicada en carteles, pasacalles, imágenes y en la cotidianeidad, muta de creencia y busca contrastar las diferencias políticas entre ambas Coreas a través de un uso del espacio abierto y cerrado –primero la sala de interrogatorio con poca luz, hermética y mediada por cámaras de vigilancia, luego, el descubrimiento de ese otro mundo– y desde el propio cuerpo del pescador, que se lo despoja de su ropa por otra genérica deportiva, sumado un agotamiento mental ya que se lo obliga a escribir sobre su vida, de manera sistemática, para revelar aquello escondido.
La red no sólo se trata del nombre de la película, funciona en tanto reflejo de su propia condición de ser: en principio, como sustento de la vida familiar; luego, como efecto de su propio infortunio. También, se lo puede pensar como derivación de los tres hombres responsables de las investigaciones –el joven guardaespaldas es el único que tiene una voz libre y sostenida por las acciones–, quienes intentan brindarle un pase a una nueva vida y desterrarlo de la dictadura comunista. Dicho equipo está conformado (y hasta puesto en ridículo) por un superior que duda, espera y no toma decisiones, un segundo que tampoco sabe mucho qué hacer y un tercero que está convencido de que Chul-woo es un espía y busca, por todos los medios, que asuma esa responsabilidad; una suerte de círculo de interrogatorios que retoma repetidas veces la pregunta ¿bajo qué medidas convertirlo en un sureño más?
El director Kim ki- duk trabaja de forma replicada y directa interrogatorios y castigos, pero no así la violencia más cruda, en la que opta por el fuera de campo y la sugerencia. Otro de los elementos contrastados es la ideología como reflejo de la forma de vida, una más precaria, leal a la convicción dominante y desigual; la otra, más libre, tecnológica y ostentosa para unos (sin contar los numerosos regalos para el pescador) pero semejante en la desigualdad. A final de cuentas, ambas Coreas se devoran en sus premisas e ideales mostrándose más similares que nunca.
Por Brenda Caletti
@117Brenn