En La red, su último largometraje, el director surcoreano Kim Ki-duk usa la frontera entre las dos Coreas para remarcar una vez más las diferencias entre dos modelos políticos y cómo su división influye en la perspectiva de sus habitantes. Del mismo modo que son antagónicos, a lo largo del film se ven sus similitudes.
La red sigue el viaje de un pescador norcoreano que llega a Corea del Sur por un inconveniente con el motor de su bote al engancharse con la red de pesca. Apenas pisa la costa Nam Chul-woo es interrogado ante la posibilidad de ser un espía. Las autoridades hacen lo posible para juzgarlo o por lo menos lograr su deserción. Lo instigan a escribir reiteradas veces su historia de vida para encontrar algún tipo de prueba y así acusarlo.
Las escenas de abuso mental y físicos son difíciles de ver, pero permiten mostrar la pérdida de identidad que sufre Nam. A pesar de las constantes humillaciones, lo único que quiere es volver a su patria con su familia, algo que en el Sur no entienden. Es por eso que, como ejercicio, lo dejan solo en Seúl. En ese recorrido Nam podrá ver con sus propios ojos el falso estado de bienestar en el que viven, donde su libertad es efímera ya que son presos del consumo.
El director se encarga de plantear las dos perspectivas opuestas no ahorrando en críticas para ambos estados. Por un lado el Sur con un sistema democrático que utiliza el capitalismo como sinónimo de felicidad y al otro extremo el Norte con un régimen dictatorial que apadrina el comunismo evitando las tentaciones de consumo innecesarias.
Nam es testigo de la corrupción y la hipocresía de los funcionarios en ambos países, esto aumenta su desilusión y desesperación. Lo paradójico de este contexto es que, a pesar de odiarse mutuamente, Corea del Sur y Corea del Norte tienen el mismo comportamiento con sus habitantes.
Mientras que el título de la película se refiere a la red atascada en el barco, también sirve como metáfora para la red ideológica en la que Nam se ve sumergido. La red cuenta una historia aparentemente simple, pero con una fuerte mirada en la realidad sociopolítica, actual e histórica, de ambas Coreas. Es la puerta para observar una amarga reflexión sobre una herida que sigue abierta: un país dividido en dos y que está lejos de pensar en una reconciliación.