Vigilar y castigar
Interesante el giro estético que el coreano Kim Ki-duk da en La red (Geumul, 2015), película que se concentra en una historia “pequeña” pero plena en resonancias políticas.
A partir de Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom, 2003), el coreano Kim Ki-duk comenzó a ocupar un lugar de relevancia en el mapa de los festivales de cine, a escala internacional. Tal es así que se transformó en uno de los pocos realizadores coreanos en lograr ser estrenado en distintos países del mundo (Argentina, entre ellos). Pero sus sucesivos films fueron perdiendo el consenso que tuvo aquel batacazo, posiblemente a causa de ciertas reiteraciones a la hora de representar el sufrimiento de sus atribuladas criaturas. La (sobre) estetización de la violencia fue, acaso, el principal blanco de los críticos. Con La red el realizador vuelve a trabajar sobre el sufrimiento, pero esta vez elude las marcas de violencia más gráficas y toma partido por mostrar aquello que “alcanza”; esta vez, la representación del dolor se ciñe al drama y no cede ante el capricho del director.
La red sigue el derrotero de Nam Chul-woo (Seung-Wan Ryoo), un humilde pescador de Corea del Norte, la Corea regida por el régimen comunista. Todas las mañanas, el hombre sale a pescar y regresa para darle de comer a su familia, compuesta por su esposa y su pequeña hija. Que sea un pescador no es un dato menor, en esta película que opone pequeñez a grandeza, pobreza a riqueza. Oposición en la que entra en juego la cuestión política, de lleno y con dureza una vez que la lancha de Nam Chul-woo se avería y –corriente mediante- termina encallado en las costas de Corea del Sur, la capitalista.
A partir de ese momento, el pescador sufrirá las vejaciones propias de un relato kafkiano. Tomado prisionero por una agencia estatal que opera con violencia (física, pero también psicológica), el hombre será considerado presunto espía y ante sus ojos verá todo el fanatismo y la paranoia propia de los regímenes más crueles. La película tomará la senda de la fábula moral, más aún desde el momento en el que el prisionero es llevado a las calles de la opulenta ciudad y tendrá contacto con dos personajes-clave para comprender los vicios y las contradicciones del capitalismo. En medio de este doloroso periplo, Nam Chul-woo tendrá la defensa y comprensión de su custodio, un joven surcoreano que se propondrá mirar “más allá” de la lógica a la que adscribe su propia comunidad.
La red no es una película “redonda”, claro está. Por momentos, el sesgo alegórico le pesa, porque los personajes que giran en torno al pescador parecen más “ideas”, “representaciones”. Son los riesgos de la fábula, que aquí no sólo es moral (por fortuna, jamás moralizante) sino también un tanto pesimista. Pero que ese pesimismo encuentre al realizador apelando a la comprensión de un personaje tan noble como complejo, tan comprensible, a esta altura de su carrera es un verdadero hallazgo. Kim Ki-duk nos muestra cómo el odio entre dos territorios tan cercanos y a la vez antagónicos replica en el más humilde, como si el núcleo duro de la política más nefasta se mostrara así, a lo bruto, ante la mirada menos contaminada y a la vez más perjudicada de ese enfrentamiento histórico.