Vecinos en guerra
Kim Ki-duk escribe y dirige esta producción proveniente de Corea del Sur que cuenta con la particularidad de que su protagonista es oriundo y vive en la vecina nación de Corea del Norte, con todo lo que eso significa.
La historia sigue los pasos de Nam Chul-woo aunque más preciso sería referirnos a su naufragio, en todas las acepciones del término. La literal es una de ellas dado que el personaje es pescador de profesión y la serie de eventos que lo tendrá como protagonista empieza una mañana como cualquier otra en la que, previo saludo a su mujer e hija, se sube a su lancha para ganarse el pan (o el pescado) de cada día. Y en este punto es donde comienza el naufragio en su sentido más dramático dado que la red que utiliza para la pesca se atasca en el motor de la lancha y le produce una seria avería. Después, la corriente se encarga del resto y sin poder hacer otra cosa más que atestiguar el cruel giro que el destino le tenía preparado, Nam termina cruzando la línea de boyas que marca el límite entre su Corea del Norte con la vecina del Sur.
Uno de los aciertos del director, mezclado con su doble rol como guionista, tiene que ver con saltarse cualquier tipo de explicación histórico social sobre el conflicto que actualmente mantienen las dos Coreas. Valiéndose en parte del conocimiento popular que existe sobre el enfrentamiento y con apenas unas cuantas imágenes de soldados en las fronteras (porque siempre hay algún espectador fanático del pacifismo que hasta evita las noticias sobre la guerra), el contexto de la historia que está a punto de desarrollarse queda perfectamente establecido y, lo que es más importante, libre de cualquier interpretación o acercamiento a alguno de los dos bandos porque justamente ese es el ángulo con el que la película aborda el tema.
Y las decisiones técnicas también se alinean a ese fin. Tanto los encuadres como la continuidad, el uso de la luz, la estructura narrativa y la música (incidental y sutil en todo momento) son todos elementos marcados por un minimalismo total orientado a poner en primerísimo primer lugar al guion y al mensaje que toda la obra propone. Porque el pequeño acto de cruzar una frontera es apenas el desencadenante de ese mencionado naufragio que el protagonista emprenderá mientras es interrogado por todos los medios posibles tanto por su gobierno norcoreano como por el del enemigo sureño. Las acusaciones de espionaje y traición están a la orden del día y el equilibrio entre los autores de esos alegatos no puede dejar de ser perfecto para que la reflexión acerca de que las crueldades y malignidad de la guerra no conocen de bandos quede plasmada en pantalla.
La Red, un relato ficcional acerca de una cruenta realidad que poco tiene de ficticio, podría conformarse con ser una obra cuasi documental que se excusa en una historia y sus pequeños personajes para vomitar un punto de vista sobre la guerra de Corea y es exactamente lo opuesto: una película con todas las letras que se vale de ese contexto para ir sobre lo universal, con diálogos crudos y libres de todo filtro y un puñado de pequeñas parábolas (como la de la prostituta o la de la hija del protagonista y su osito de felpa) con un altísimo valor artístico y testimonial que redondean así una perfecta oportunidad para animársele a un cine tan rico como es el surcoreano.