Una red maquiavelicamente tejida para atrapar al hombre moderno
Por más estacional que pueda ser el tema de una obra cinematográfica, por más aciertos que pueda tener la anécdota a contar respecto de la actual coyuntura hay algo, inherente al sello de cada artista, que hace trascender el hecho en sí más allá del presente. El estilo rompe fronteras y universaliza la cultura de manera tal que cualquiera puede verse reflejado en los dilemas planteados. Tal vez Ken Loach, cuya “Yo, Daniel Blake” se estrena dentro de poco, sea uno de los retratistas sociales más importantes de nuestro tiempo, como lo fueron los grandes autores del neorrealismo italiano y sin dudas Kim Ki Duk hace lo suyo en el cine asiático.
Nam Chul Woo (Seung-bum Ryoo) es un pescador de Corea del Norte que vive casi al borde de la frontera con Corea del Sur. Sólo un puñado de planos, tan sutiles como llenos de contenido, sirven para contar la realidad de esta familia, o mejor dicho como vive esa realidad. Según de donde provenga el espectador podrá pensar que esta familia tiene lo que le corresponde o que carece de ello. En esta ambigüedad de percepción de lo cotidiano es en donde el director se apoya utilizando un solo personaje central. Así como el Alien es el personaje que Ridley Scott utiliza para describir el instrumento del mal, este pescador es el títere de los sistemas. Y vaya radiografía la que ofrece “La red”.
El bote sufre una avería y nuestro protagonista, que nada quiere saber con el país del sur y su forma capitalista, termina en la otra orilla acusado de espía e interrogado de todas las maneras posibles para lograr su confesión. A partir de allí se produce el gran contraste que opera en el espectador de una manera particular. Todos los que vean esta obra pertenecen y tienen su opinión sobre los sistemas políticos que rigen el mundo, razón de más para entender la intención del director detrás de su criatura.
Nam (llamémoslo por su primer nombre) será el animal de costumbres que refleja lo que el tiempo hace con las ideas políticas con las cuales se crece. El hombre no quiere mirar. Va voluntariamente con los ojos cerrados para no caer en la influencia capitalista, y si bien esto es el dibujo esquemático de la brecha que las formas de gobierno ejercen sobre los ciudadanos luego descubrimos otras capas que operan peor. Detrás de evitar la sociedad de consumo hay un miedo espantoso a las consecuencias que habrá a su regreso. Nam dice amar a su país y claramente daría su vida, pero también le tiene terror. Cuando vuelve a su país comprobamos algo parecido aún cuando su único deseo es volver a pescar para darle de comer a su familia. La red que él utiliza para su oficio sirve para que los peces queden atrapados y no puedan escapar y como siempre hay un pez mayor (aunque sea metafórico) la gran red de la cual Nam (ni ninguno de nosotros en realidad) no puede escapar, es la que está desde hace años pensada, preparada y maquiavélicamente tejida (si me permite el eufemismo) para atrapar al hombre moderno.
En este punto Kim Ki Duk toma la brillante decisión de abrir los planos dejando al protagonista desamparado en medio de toda esa libertad que paradójicamente quiere y necesita escapar. No importa si es una concurrida calle, o el medio de un lago, los sistemas están listos para hacer sentir al hombre muy pequeño como para tener un grado de importancia. Ahí es donde aparece el humor ácido, corrosivo hasta la dualidad. El guión tiene la lucidez de poner al hombre con su circunstancia, a los efectos de mostrarle que fue él mismo el constructor de todo este entramado político, razón por la cual, la geografía de la acción podría ser cualquiera en distintas épocas de los enfrentamientos ideológicos de la historia de la humanidad.
De seguir por este camino, no hay mucho por hacer más que repetir la historia que se ha llevado millones de vidas parece decir el mensaje del texto de “La red”, y si se puede cambiar empezará por fortificar los afectos y la familia. Hay esperanza de todos modos. Lo dice el mensaje de esa estupenda y conmovedora escena del final.