Ya sea incorporando el cine negro o un brutal realismo, el mayor estigma de la península coreana es provocado por esa frontera que separa a dos estados, dos sistemas económicos, dos ideologías cuyas diferencias son directamente proporcionales al parecido. Más de medio siglo de conflictos y confrontamientos no hicieron mella en los milenarios años en que Corea del Sur y Corea del Norte conformaban la Gran Corea, un sueño todavía lejano. La nueva obra de Kim Ki Duk propone hurgar en una herida abierta que excede a lo estrictamente político.
Accidentalmente el pescador norcoreano Nam se ve traspasando la frontera y de un momento a otra pasa a estar de su amada patria a un lugar grotescamente capitalista y traicionera, Corea del Sur, donde los valores se han perdido. Previo a ello, Nam mantiene una relación sexual con su esposa, decidido a seguir sus impulsos animales. Kim Ki Duk, también autor del guión, en los pocos minutos que transcurren desde el punto de ataque al detonante antecede lo que sucederá con Nam: a pesar de su entrega patriótica no podrá resistirse a la influencia extranjera donde encuentra nuevos estímulos para la mirada, pero también la ceguedad y el malestar por el que pasa cierta parte de la población, un lugar donde la libertad es aparente. El director invierte los roles presupuestos por los medios contemporáneos. El sistema es más cruel y carcelario en donde más se intenta esconderlo.
Es este rol de los medios donde Kim Ki Duk halla la forma de quebrar con todos los estereotipos capitalistas y comunistas. El servicios de inteligencia surcoreano, ataviado de fracasos en casos de espionaje entre ambos países, se propone crear en Nam la imagen de un espía, y como imagen, venderla a una industria de comunicaciones donde aquello que se ve es lo verídico.
El único contacto que el encarcelado protagonista mantiene con su hogar se da mediante televisaciones de los noticiarios provenientes de allí en donde se le pide su regreso y otorga el perdón. En virtud de toda la perversidad que experimenta Nam creer en las imágenes es solo el primer paso para su transformación. El culto a ellas que hacen los países son solo prueba del engaño al que las dos poblaciones se ven sometidas desde los puestos más altos del gobierno.
El director realiza una inteligente puesta en escena en que los dos espacios, Norte y Sur, son diametralmente diferentes en cuanto a lo visualmente referente; lo que comparten es más importante, la descreencia, violencia y melancolía, una atmósfera que influencia a un Nam que pasa de la ingenuidad a la reflexión y la congoja, ante toda la pena y la crueldad que presencia ya no hay patria ni enemigo, solo desarraigo.
Geumul, La red, en su versión traducida es un film donde la trama está al servicio de algo mucho más profundo, inherente a la Gran Corea. En su tragedia realista desesperanzadora se entreven ciertos mensajes de una pequeña esperanza, porque lo que los une es una emoción que comparte todos los sere humano: la pena; y la injusticia, lo que padecen los desafortunados dominados por el sistema. El plano final refleja todo ello, en un final exquisito y humano digno del Neorrealismo Italiano.