Finalmente llegó a nuestro país la postergada sexta película de zombis que George A. Romero filmó en 2009 y estrenó en 2010.
A esta altura es necesario dividir la saga en dos partes. Una recorre un día completo y distintas formas de aislamiento: “La noche de los muertos vivientes” (1968), “El amanecer de los muertos” (1978) y “El día de los muertos” (1985). La otra se centra en la evolución en plena era de la comunicación: “La tierra de los muertos” (2003), “El diario de los muertos” (2007), y la que nos cita hoy, “La reencarnación de los muertos” (2009)
George A. Romero reinventó a estas criaturas y casi sin darse cuenta estaba dando su particular visión del mundo y de la humanidad. En aquella de 1968 todo se desarrollaba dentro de lo lógico, más allá de la sorpresa de la utilización del gore. Sin embargo, hacia el final se producía una escena que se escapaba de lo predecible y se convertía en el concepto principal del realizador: vencidos los zombis, un grupo de hombres colgaba un par de ellos todavía “vivos” para jugar al tiro al blanco como forma de diversión. Romero remarcaba que el ser humano puede ser mucho más bestial y monstruoso que cualquier otra criatura.
Las producciones que siguieron nunca dejaron esta idea de lado, pero hasta la década del noventa pusieron el foco en otros aspectos de la alienación y el miedo. Entrado el siglo XXI, Romero decidió ser mucho más ácido en su observación del mundo, pero siempre manteniendo la misma estructura narrativa. La más lograda fue sin dudas “El diario de los muertos”. En ella un grupo de jóvenes, uno de ellos en particular, están obsesionados con la posible fama y la facilidad para conseguirla en este planeta globalizado donde el Internet y las redes sociales marcan la tendencia. Por eso comienzan a documentar obsesivamente a los “come-cerebros”, para luego intentar subir el material a You tube en pos de la mayor cantidad de visitas posibles. La fama y el reconocimiento a como de lugar. Aún arriesgando la vida propia y la de los demás.
Ahora vamos a esta entrega.
Como sucedió en este siglo los rubros técnicos como la fotografía, el montaje y el diseño de producción ya no son un escollo. Todo eso está mejorado y es mucho más coherente. Por ejemplo, la hegemonía que el fotógrafo Adam Swica logra entre el continente y la isla.
“La reencarnación de los muertos” tiene un arranque interesante y a todo trapo. Comenzada la historia, el guionista-director divide la trama en dos grupos de personas: por un lado a militares, hartos de contar cadáveres, que se convierten en piratas y mercenarios comandados por el Sargento Crockeff (Alan Van Sprang); por el otro, la acción se desarrolla en una improbable isla frente a Delaware en la cual dos familias (los O’Flynn y los Muldoon), de acento irlandés, enfrentadas por años; dirimen su enemistad entre quienes pretenden eliminar a los zombis de la faz de la tierra, y la familia con pretensiones de aceptarlos y entrenarlos para que coman carne de otro tipo y se sumen con alguna actividad útil..
O sea, Romero integra a los zombis como parte de este mundo por considerarlos un mal necesario al que hay que adaptarse. Por eso es que en los primeros 15 minutos se produce el mejor momento de la obra: un militar mira un talk show en donde un presentador, estilo Jay Leno, hace chistes comparando zombis con políticos.
Demasiado temprano ocurre esto, porque luego “La reencarnación…” cae en su propia trampa y mueve a los militares hacia la isla de la discordia convirtiendo todo en una especie de western bizarro, donde la cuestión familiar roza varias veces lo inverosímil.
Sabemos que si en este tipo de producciones desaparece este factor no hay forma de sustentarla. Sin embargo el guión insiste con lo mismo y hasta el más fanático del género protestará con razón ante la imagen de un zombi que sabe andar a caballo. El realizador intenta otras observaciones agudas con la escena de zombis encadenados realizando “tareas” como una nueva forma de esclavización, o aquella en donde los jefes de familia Patrick O'Flynn (Kenneth Welsh) y Seamus Muldoon (Richard Fitzpatrick) sostienen un diálogo más cercano a una parodia del Oeste que a una de terror. La intención de sacar a la superficie los defectos del ser humano, con su ironía habitual, se ve desdibujada por la elección de un escenario atemporal con situaciones del mismo tenor.
“La reencarnación de los muertos” es una correcta producción de zombis, sí. Pero flojita para lo que Romero sabe hacer.