Aquí hay un exorcista en silla de ruedas (Aaron Eckhart, que funciona bien) que se “mete” en el inconsciente de las personas y expulsa a los demonios desde dentro. Y un nene poseído, una mamá desesperada y una representante del Vaticano desconcertada. Lo que podría ser una reflexión sobre la imaginación y las diferencias entre el mundo concreto y el invisible se disuelve en la pereza del cliché utilizado para acelerar el trámite. Una pena.