La noche del tentáculo
La nueva película de Amat Escalante – quien ganara el premio a la dirección en Cannes por el film Heli (2013) – es un vuelco inaudito en vistas de la trayectoria realista de su obra. He aquí un film que combina géneros libremente y produce una historia tan homogénea que es difícil imaginarla de otro modo, por más insospechadas que fueran las conexiones entre tan diversos elementos.
La región salvaje (2016) cuenta la bizarra historia de un cuadrilátero amoroso, un enigmático asteroide, una cabaña en el bosque y una masa de tentáculos viviente que debe ser apaciguada regularmente de manera sensual y perturbadora. Historias como esta solían ser catalogadas a fines del siglo XIX y principios del XX bajo el mote de “ficción extraña”, cuando aún no se definían las convenciones del género especulativo y el horror, la fantasía y la ciencia ficción se mezclaban experimentalmente.
La película posee matices de H. P. Lovecraft y Clive Barker pero centralmente se trata de un melodrama de represión en el pueblo mexicano de Guanajuato, atravesado por cuestiones sociales como la homofobia, el sexismo y los crímenes que inspiran. En principio está el matrimonio de Ángel (Jesús Meza) y Alejandra (Simone Bucio); él la está engañando con su cuñado Fabián (Eden Villavicencio), quien a su vez está empezando a salir con la misteriosa Verónica (Ruth Ramos). Sería inadecuado decir que estas personas se convertirán en víctimas de la criatura: ya son víctimas en carne propia.
La primera imagen es del asteroide flotando en el espacio. La segunda es de Verónica, desnuda y en íntima comunión con un tentáculo (de ahí las cosas sólo se ponen más gráficas). Los personajes se van introduciendo, sus relaciones se van revelando. Ángel esconde su homosexualidad bajo un recalcitrante machismo, Alejandra esconde su infelicidad con su matrimonio y Fabián esconde sus propias dudas acerca de una relación en la que se siente usado. En eso Verónica resulta herida, queda al cuidado de Fabián (que es enfermero) y cual sirena comienza a seducir gente con promesas de alivio espiritual.
En papel suena lisa y llanamente a una película de terror, pero esa no es la intención de la película. El director y co-guionista Amat Escalante construye una atmósfera esotérica y opresiva, labra imágenes entre sensuales y macabras, pero jamás asusta ni intenta asustar. El foco siempre está en los personajes del film, en la contemplación de la fragilidad de las relaciones humanas, y la forma en que el individuo intenta con ellas llenar vacíos que no conoce ni entiende.
Ahí entra la interpretación de la criatura en la historia, posiblemente una metáfora sobre una alquímica y rebuscada pureza que todo lo llena (en más de un sentido) o bien un símbolo más primitivo, el objeto de deseo que castiga y recompensa, atrae y repugna al mismo tiempo. En ningún momento se explica o aclara ninguno de los misterios de la película. En cuanto a su diseño, corre por cuenta del danés Peter Hjorth, quien supervisara los efectos especiales en las películas más barrocas de Lars von Trier. Algo de Anticristo (Antichrist, 2009) tiene aquel bosque, pero menos pretencioso e infinitamente más disfrutable.