Dirigida por el español Amat Escalante, La región salvaje es una producción mexicana del año 2016, y decir que esta es una película un tanto extraña sería recurrir a un eufemismo. En ella conocemos la historia de dos mujeres (Alejandra y Verónica) que se conocen fortuitamente y forjan una amistad a partir de una actividad muy particular. Es difícil hablar en profundidad sobre esta obra sin entrar en territorio de spoilers, pero lo que sí se puede decir es que es altamente influenciada por el antiguo arte japonés del shokushu goukan.
La región salvaje explora diversas problemáticas inherentes a la cultura mexicana moderna, que si bien en toda América Latina constituyen un asunto muy presente en la agenda mediática actual, en la nación azteca adquieren una magnitud incluso mayor. Una de ellas es el vínculo con la sexualidad y el goce de la misma tanto por parte de hombres como de mujeres, además de la represión de la misma. Se trata de una película muy sensorial (hasta sensual) en todo sentido, pues apunta directamente a lo corporal, a lo más primitivo de la naturaleza humana, en definitiva, a lo salvaje. Lo carnal está presente en forma de comida, de cópula y de sangre a lo largo de todo el largometraje.
Pese a que la película se extiende por poco más de noventa minutos, por momentos esa duración puede parecer más aletargada. Sin duda alguna requiere de una paciencia que hay que estar dispuesto a tenerle, ya que los mejores momentos suceden a partir de la segunda mitad, cuando ya podemos ir reconstruyendo la trama y darnos cuenta de lo que está sucediendo por debajo de la superficie que es este iceberg: detrás de toda la homofobia y la violencia de género que se puede observar a simple vista (algunas escenas, aunque sutiles, resultan incómodas y hasta repugnantes) hay toda una realidad que no estamos viendo pero que paulatinamente sale a flote. Escalante no duda en herir susceptibilidades con La región salvaje, mostrando una cruda realidad en la que la hipocresía es moneda corriente y el placer por el placer mismo es algo casi prohibido. Sin embargo, los personajes de la película se encontrarán ante una alternativa a esto, ya que tendrán la opción de vivir una experiencia corporal única, corriendo el peligro de caer en una adicción.
Si consideramos al film como una gran analogía del consumo en exceso de drogas duras (en un país tan azotado por el narcotráfico como es México), no estaríamos esbozando una teoría tan descabellada. Verónica conduce a las personas que se va encontrando en su camino a un destino tan satisfactorio como destructivo, en el que el goce físico sirve como bálsamo para apagar por momentos el dolor emocional que sufren a diario.
La región salvaje demanda entonces una aproximación cuidadosa. Es una película silenciosa, en la que los diálogos son escasos y a menudo difíciles de percibir, razón por la que tal vez sea más prudente prestar mayor atención al lenguaje corporal de los sujetos que se ven en cámara; atender a sus miradas, las cuales esconden una sordidez aterradora y enigmática en partes iguales. En casos como este, no es tan necesario escuchar las voces sino adentrarse de a poco y sin miedo en el terror cósmico y dejar abrazarse por sus tentáculos.