El robo del siglo
Aparentemente, La reina de las nieves en la tierra de los espejos (Snezhnaya koroleva, Zazerkale, 2018), de Robert Lence y Aleksey Tsitsilin, fue imaginada tiempo antes que Frozen, una aventura congelada (Frozen, 2013), y el estudio ruso decidió guardar la idea de producir un relato de aventuras enmarcado en un universo en donde el hielo podría ser un factor desencadenante de temas y acciones para más adelante.
Así hablan en el lejano país, mencionan que pospusieron todo para evitar, como generalmente pasa, que películas con una trama similar compitan entre sí por el mejor postor, o por los espectadores en la sala, aun sabiendo que se podía construir algo completamente diferente, como finalmente sucedió.
La reina de las nieves en la tierra de los espejos es un pastiche que empasta historias, temas, diseños, ya vistos con anterioridad en una infinidad de producciones de diferente tipo. Si el miedo era la posibilidad de acercarse remotamente a Frozen, una aventura congelada, la confirmación de su cercanía con Cómo entrenar a tu dragón, Transformers, Shrek, y muchas más es desesperante.
En un mundo en donde la magia es algo negativo la joven Gerda verá como su vida cambia de un momento a otro por una decisión estratégica del rey de aislar a y neutralizar en otro mundo a aquellos que poseen poderes “fuera de lo normal”.
Así entre la búsqueda de un estadio de normalización, y la rebeldía de la joven que deberá asumir riesgos para poder seguir adelante y salvar a los suyos, Robert Lence y Aleksey Tsitsilin construyen un híbrido con canciones, colores, magia, elfos, villanos, villanas y todo aquello que una producción animada creería que debe tener, pero que en el conjunto resiente a la propuesta.
El principal problema es que en La reina de las nieves en la tierra de los espejos la proliferación de ideas, el empaste de una sobre otra, la multiplicación de líneas de acción, no sólo genera que los espectadores más jóvenes puedan perderse, sino que, principalmente, se termina por subvertir el sentido con que cada una de esas ideas fueron ubicadas en el relato.
La magia atenta al orden que se quiere imponer, la disciplina es a fuerza de reiteración de ideas que se subrayan durante toda la narración, con dibujos simples, sencillos que lamentablemente se asemejan a viejas producciones televisivas de bajo presupuesto, sin vuelo.
Hacia el final todo se precipita, el camino del héroe atravesado por ideas que una vez más suman características cada vez más inverosímiles a los protagonistas, al punto de, por ejemplo que exista un duelo de robots y dragones en el medio de la transformación de la reina de las nieves.
Olvidable producto que llega antes que el fenómeno de Frozen 2 (2019) arrase en las salas, aunque, viendo el resultado, ni siquiera la trama que toca a la reina del hielo sirve como parámetro para comparar.