Llega el debut cinematográfico como directora de Valeria Bertuccelli en co-dirección con la también debutante Fabiana Tiscornia. Bertuccelli es quien, además, encarna a la protagonista de La reina del miedo, esta particular y atrayente película sobre un personaje singular.
Robertina (Tina en el ambiente laboral) es una prestigiosa actriz. A días del debut de su nuevo y muy esperado espectáculo teatral, Tina está perdida. Temerosa, paranoica, desconcentrada, fluye a través de las horas que se suceden, evitando enfrentar el hecho de que no sabe bien qué es lo que va a pasar en su obra de teatro mientras la fecha de estreno se acerca.
Vive sus días siguiendo la omnipresente voz de Albert que, constantemente, le dice a través del teléfono todas las cosas que aún le quedan por hacer, hasta que un llamado le informa que uno de sus amigos más queridos, que vive en Dinamarca, tiene cáncer. Shockeada por la información, Tina se sube a un avión sin darle aviso a nadie para ver a Lisandro, quien parece ser la única persona con la cual se siente contenida.
Como una imagen reflejada invertida en un espejo, la película arranca con un apagón de luz e inmediatamente Tina sucumbe ante lo desconocido, como en ese momento en que la platea queda a oscuras y el actor sólo depende de él para llevar a buen término la obra. Tina, sin embargo, se ve aterrada por la situación, desatando una escena paranoica que desnuda todas sus inseguridades al mismo tiempo que nos muestra la complejidad del personaje. Lamentablemente no se llega a disfrutar del todo el momento por la constante y poco disimulada inclusión de pauta publicitaria en la secuencia inicial. Sin embargo, apenas terminada la escena el espectador se ve liberado de esa incomodidad y se mete de lleno en el extraño mundo del personaje que compone de forma brillante Valeria Bertuccelli.
Con un código de actuación y un clima emparentado con los filmes de Ana Katz y Martin Rejtman, Bertuccelli y Tiscornia llevan al personaje a deambular de lo patético a lo tierno, pasando por la risa, el ridículo y la desesperación. Es justamente en ese vaivén emocional donde el film se luce más. Los cambios de género logran mostrar un ser complejo que parece no tener puntos medios, siempre tironeado entre la pasividad absoluta y el histrionismo.
Mención aparte para las excelentes actuaciones en el film. La química entre los personajes en la pantalla trasciende, particularmente la lograda entre Lisandro (Diego Velázquez) y Robertina, quienes reconstruyen para el espectador años de amistad con apenas unos segundos en la pantalla.