No es la primera vez que el cine se acerca a las angustias, ansiedades, fobias, temores, paranoias, contradicciones y miserias de una actriz en las semanas previas al lanzamiento de una obra de teatro. De hecho, Santiago Giralt ya había registrado ese proceso interno y externo en la notable Antes del estreno (2010), con Erica Rivas.
En este caso la protagonista es Robertina ("Rober" para algunos, "Tina" para otros), una reconocida intérprete que está cerca del estreno de un unipersonal en el Liceo. Si bien hay algunas escenas ligadas a los ensayos, a la puesta y a la presentación de la obra (con un pico de humor absurdo cuando hace llevar un enorme cerezo que han cortado del jardín de su casa hasta el teatro), la película de Bertuccelli y Tiscornia se concentra sobre todo en los trastornos e inestabilidades de esta "reina del miedo". Es que nuestra antiheroína se ha divorciado luego de un efímero matrimonio con un hombre mayor que ella (Darío Grandinetti) y su simpática pero patética empleada doméstica (Sary López) le trae más problemas que soluciones.
Cualquier ruido, cualquier mínimo contratiempo son capaces de derrumbar su precario equilibrio. Ni que hablar de un corte de luz, que en la primera escena de la película la hace llamar de inmediato a la empresa de seguridad (un "chivo" bastante torpe a Prosegur, compañía que es coproductora de la película).
La paranoia, sus TOC y su creciente neurosis (pasa de la euforia hiperactiva a la depresión) van acaparando su vida hasta que un llamado del exterior le advierte que uno de sus mejores amigos, Lisandro (Diego Velázquez) está atravesando un muy delicado estado de salud. El detalle no tan menor es que este hombre gay vive en... Copenhague. Y hacia Dinamarca partirá la impulsiva Robertina sin importarle las consecuencias en un canto a la amistad, sí, pero también como una forma de escapar del caos cotidiano y las presiones artísticas.
No conviene adelantar más de lo que ocurre durante ese viaje y con el destino de la obra, pero en esta tragicomedia lúdica por momentos, amarga en otros, ligera de a ratos e inesperadamente negra en ciertos pasajes (o incluso dentro de una misma escena, como cuando la protagonista va a la depiladora y esta le cuenta cómo perdió su bebé) percibimos toda la ductilidad, la multiplicidad de matices de una actriz como Bertuccelli que es capaz de (hacernos) reir y llorar casi al unísono.
Como guionista y codirectora, si bien no todos los personajes, conflictos y resoluciones tienen la misma intensidad y eficacia (para mi gusto, por ejemplo, todo el desenlace peca de una musicalización ampulosa), La reina del miedo surge como una más que valiosa carta de presentación.