No es una novedad que Valeria Bertuccelli es una muy buena actriz, algo que ha quedado claro en películas tan diversas como Silvia Prieto y Un novio para mi mujer, entre muchas otras. Pero para demostrar las sutilezas y niveles que es capaz de manejar en una interpretación tuvo que escribir ella misma un personaje complejo y co-dirigir con Fabiana Tiscornia una película que le permitiera investigar el alcance de su talento.
El personaje elegido es Robertina, una actriz exitosa, pero acosada por un miedo que parece ser la manifestación de una crisis en múltiples frentes: un divorcio en términos poco claros; una casa hermosa, pero demasiado grande para ella sola y cuya organización la desborda, y la preparación de un unipersonal que resulta evidente que no tiene muchas ganas de hacer. A esto se suma la noticia de la enfermedad de Lisandro (Diego Velázquez), un amigo muy querido, pero con el que está un poco distanciada, que la lleva a viajar a Dinamarca para pasar unos días con él.
Todos los elementos de La reina del miedo están al servicio de las notables actuaciones, no solo de la protagonista sino de todo el elenco. En especial se destacan Diego Velázquez y Mercedes Scápola, quien comparte con Bertuccelli una escena fascinante, representación perfecta de la incomodidad en situaciones cotidianas, realista en su surrealismo.
Esa escena es uno de los ejemplos del tono particular que maneja la película y que es un gran acierto, sobre todo por tratarse de una ópera prima. El film propone al espectador acompañar a su protagonista en una maraña de sentimientos encontrados y acciones confusas. Robertina dicta ese tono que va de la comicidad a la tragedia en un segundo; Bertuccelli encarna esos cambios bruscos con una facilidad llamativa.
En el comienzo se trata con humor el pánico constante que la protagonista siente en su propia casa pero, a medida que avanza la historia, se muestra lo que hay detrás de eso. No se reduce al personaje a una "loca paranoica", un cliché para reírse, sino que se la desarrolla lo suficiente como para que se la vea como una persona completa con una riqueza de espíritu y un coraje aún por descubrir.
Enfrentando su propia mortalidad, Lisandro alienta a Robertina a tomar una decisión, a correrse de la idea de que las cosas siempre tienen que fluir. El camino que hace la protagonista la lleva hacia esa decisión, a hacerse cargo de su vida. Bertuccelli decide terminar la historia ahí, con un final enigmático no apto para aquellos que piensan que el cine solo tiene que dar respuestas.