Una angustia a la deriva
En La Reina del Miedo (2018), ópera prima de Valeria Bertuccelli como directora y guionista, la realizadora construye un papel a su medida para destacar su carácter actoral a partir de la interpretación de una famosa actriz argentina sumida en una profunda crisis emocional respecto de su vida personal y su trabajo.
En codirección con Fabiana Tiscornia, reconocida asistente de dirección en Zama (2017), de Lucrecia Martel, y El Clan (2015), de Pablo Trapero, el film construye los problemas que aquejan la vida de la actriz, los miedos y las angustias de Robertina (Valeria Bertuccelli), una mujer casada recientemente y separada a poco de realizado el veloz e inesperado matrimonio, que ensaya para una obra de teatro que no encuentra su eje narrativo ni estético, que está sumida en la tecno dependencia de los celulares, la comunicación constante con su entorno y que encuentra sosiego en los instrumentos de vigilancia, apabullada por la construcción mediática de la sensación de inseguridad, síntoma de la propia inseguridad en su carácter y la de construcción de un otro excluido por una clase social que transforma la culpa en miedo y eventualmente en odio de clase.
Bertuccelli ofrece aquí una gran actuación histriónica, intimista y descarnada y una dirección correcta a través de un guión demasiado reiterativo y autorreferencial sobre una mujer tironeada por una crisis existencial en su vida laboral, típica de la idiosincrasia conflictiva de los artistas, que se sumerge incompresiblemente en sus irreales problemas domésticos y decide abandonar todo ante el traumático descubrimiento de la enfermedad de un amigo de toda la vida que reside en Copenhague.
La Reina del Miedo aprovecha las locaciones en la capital danesa para trabajar casualmente sobre los paisajes de la hermosa ciudad en largos recorridos y paseos, intentando construir un paralelismo con la ajetreada Buenos Aires. Bertuccelli es secundada por Diego Velázquez, Darío Grandinetti, Gabriel Goity y Marta Lubos en una obra que realiza una autocrítica sobre el rol del artista y su espíritu rebelde e incluso caprichoso, que pone en relieve los problemas de los actores exitosos ante ese mismo éxito y la culpa y la angustia existencial que los invade. La música de la obra fue compuesta e interpretada por Gabriel Fernández Capello, mejor conocido como Vicentico, que crea una banda sonora de melodías pop y pasajes post rock densos y saturados de distorsiones que funcionan como conductor de las emociones que el film busca producir.
Más allá de las buenas actuaciones, un buen guión y una correcta dirección que potencia la interpretación de la actriz y realizadora, el opus incurre en la redundancia de la temática asociada a la angustia buscando generar también una matriz cómica desde la repetición constante y la exacerbación de las exigencias que abruman a la ahogada protagonista, que busca en su viaje a Dinamarca y su reencuentro con su amigo una vía de escape de sus problemas que la esperan, incrementados por su ausencia, en Buenos Aires. La Reina del Miedo introduce así una semblanza de una actriz como autorreflexión sobre sí misma y su profesión, los miedos que tornan la vida una pesadilla, las crisis ante los estrenos, la presión de los productores y los anhelos que se desvanecen en una deriva que parece no tener final.