UNA VOZ EN LA OSCURIDAD
Valeria Bertuccelli debuta en la dirección (codirige junto a la experimentadísima asistente de dirección Fabiana Tiscornia) con La reina del miedo, una película escrita por ella misma y centrada en la experiencia de Robertina Minelli, una actriz que se enfrenta a los días previos al debut de un unipersonal escrito, dirigido y protagonizado por ella misma. Toda esta reflexión sobre su oficio puede llevar al temor del espectador por enfrentarse a un ejercicio de egomanía (bastante reiterado, por cierto, entre los intérpretes que se ponen la meta de dirigir), pero ese miedo queda velozmente desbaratado desde el primer plano: la película arranca con una larga secuencia a oscuras, un corte de luz en la casa de la actriz, que no sólo inhabilita su exposición -o la expone entre penumbras- sino que además ridiculiza bastante su turbación. Y por más que pueda parecer un regodeo de puesta en escena, resulta una presentación de personaje genial, ambiciosa y arriesgada a la vez: si con La reina del miedo Bertuccelli venía a mostrar su mirada, la misma no puede estar más vedada y puesta en crisis. Una voz que se expresa desde la oscuridad y sin la soberbia del que lo tiene todo claro, como en el intrigante último plano de la película.
Desde ese notable arranque, La reina del miedo se presenta como uno de los debuts más interesantes y honestos del cine nacional reciente. No es para nada sencillo proponer un juego de autoconsciencia tan excesivo y que a la vez luzca tan poco vanidoso: tal vez se deba a la codirección y a la posibilidad de que Tiscornia ofrezca un punto de vista externo al laberinto interior al que se someten Bertuccelli/Robertina. Bertuccelli juega con elementos bastante trillados, con ese miedo prototípico y estereotipado del actor de teatro frente a un estreno, pero le quita el regodeo y el morbo. El miedo de Robertina es profesional, está claro, pero también social: la inseguridad en el relato adquiere sentido metafórico y literal. El miedo del título está vinculado con la forma en que Tina atraviesa esas horas, pero también con una forma de reaccionar ante el dolor que la rodea: la soledad, el fracaso emocional, los vínculos que pueden estar a punto desaparecer como el de ese amigo enfermo que vive en Copenhague. La película nunca es explicita ni remarca sus conflictos, básicamente porque su protagonista puede decir mil palabras sin nunca decir aquello que importa.
Palabras. Son la clave en La reina del miedo, porque básicamente es clave en la comicidad de Bertuccelli su forma de hablar, la manera en que le da cuerpo a las palabras. Bertuccelli es seguramente hoy por hoy la mejor comediante del cine argentino porque tiene dos cualidades, maneja con inteligencia tanto lo corporal como lo verbal. No es habitual que alguien se luzca en los dos terrenos; o se tiene talento para una cosa o para la otra. Pero Bertuccelli avanza y en su andar se descifra una postura corporal que traduce en hilaridad cada movimiento. Su andar a tientas cuando la casa está en penumbras o cómo construye comedia con sólo estar colgada de un arnés en medio del escenario, son muestras de su capacidad slapstick. Como desde lo verbal, que sabe poner las palabras en el momento preciso o construir diálogos que miran con humor el mundo como en esa fascinante charla sobre budismo que tiene con su amigo. Obviamente el humor es la mejor manera de reflexionar sobre un mismo, porque le quita solemnidad y autoimportancia, algo que le sobra al cine del presente. Pero si hicieran falta más detalles para demostrar la manera en que La reina del miedo se desprende del exhibicionismo personalista, por más que Bertuccelli aparezca en el 95% de los planos, alcanza con observar el trabajo del reparto: la actriz, guionista y directora no sólo entrega un show personal descomunal, sino que permite en la interacción con los demás el lucimiento de los otros. En grandes o pequeñas participaciones, todos los que pasan por allí están sólidos: Diego Velázquez, Darío Grandinetti, Sary López, Gabriel Goity. Todos. Ese es el otro gran acierto de las directoras y el que aleja a La reina del miedo de otras miradas impiadosas y facilistas sobre el artista y sus dilemas existenciales.