La ópera prima de Valeria Bertuccelli (actriz, guionista y codirectora) nos introduce en el mundo de una actriz de renombre, “Robertina” o “Tina” según el caso, quien está a punto de debutar en una gran apuesta, un unipersonal. Está casada hace poco pero su matrimonio (con Darío Grandinetti) está terminando y tiene miedo de todo, de la soledad de esa gran casa en la que vive, de los ruidos que escucha cada noche y que la hacen llamar a los de su compañía de alarmas bastante seguido y del estreno que ya se le viene encima, aunque como profesional parece bastante segura. Vive con una empleada que llora por todo y no resuelve nada y eso resulta bastante divertido. Le da tanta importancia al tema que lo usa como excusa para dejar los ensayos y volver a su casa ante el mínimo conflicto con el personal doméstico.
No le basta con tener todas las inseguridades posibles. Cuando más tiene que ensayar recibe un llamado que le avisa que su gran amigo Lisandro (Diego Velázquez) está gravemente enfermo. Esta noticia la saca de su eje y ya nada importa, ni su trabajo, ni el amor. Sólo ver a su “casi hermano” y estar con él. Por eso viaja a Dinamarca, donde él vive y con el que tiene charlas increíblemente hermosas y graciosas, sobre el amor, la muerte y la reencarnación. En su debut como directora (junto a Fabiana Tiscornia) Bertuccelli sale bastante airosa en todo sentido porque es una actriz excepcional, que ve todo el panorama. Ser esa gran actriz la llevó a ganar el Premio Especial del Jurado por Mejor Actuación en el Festival de Sundance. Y es así, a nosotros también nos puede llevar de viaje, del drama a la comedia en segundos, desde sus miedos e inseguridades hasta ser la amiga que se planta al lado del que la necesita. De una rencilla con el jardinero a la actriz que da todo. La música de Gabriel Fernández Capello o Vicentico, como prefieran, resulta ideal para cada momento.
Debut auspicioso para la dupla Bertuccelli-Tiscornia.