REALISMO INSTITUCIONAL
Seductor desafío para quienes escribimos crítica y conocemos al detalle al cine argentino de cualquier época. Plantearse, preguntarse, interrogarse cuándo el cine de Campusano declinó en interés y a partir de qué cuestiones estéticas y temáticas su propuesta no sale de una medianía ineficaz sin el impacto de la brutalidad y honestidad de la primera parte de su obra.
Obra iniciada hace más de veinte años con Vil romance y Vikingo, que continuaría con Fantasmas de la ruta y la extraordinaria Fango hasta El perro Molina, acaso su último opus de interés. De ahí en más, entremezclada con otras películas, aparecería su descanso inusitado en la geografía de Puerto Madero con Placer y martirio y un puñado de retornos a paisajes reconocibles con un grupo de películas (El azote, Bajo mi piel morena, El viaje de Nehuén Puyelli, Hombres de piel dura) que, sin tratarse de material de descarte, no se acercan a la sinceridad formal y temática de antaño.
Cabría preguntarse por qué Campusano libra al azar las marcaciones actorales, por lo general a cargo de no profesionales, que recitan textos sin contemplaciones. Ahora, esta (supuesta) falencia, ¿acaso no estaba presente en las primeras películas? Sí y en varias ocasiones pero ocurre que el despliegue feroz de situaciones límite, la violencia visceral y creíble retratando un mundo en descomposición o a punto de estallar y el ruido de las motos encabezado por el inolvidable Vikingo neutralizaban aquellas zonas erróneas de un cine personal e intransferible.
En ese grupo de títulos inestables que siguieron a El perro Molina se adscribe su última propuesta: La reina desnuda, filmada en Gálvez (provincia de Santa Fe), con actores de esa localidad, en una trama que desovilla en diferentes tiempos narrativos la ciclotímica vida de Victoria (Natalia Page). En primera instancia resuena más que relevante que Campusano describa una historia a través de flashbacks para comprender mejor un presente tumultuoso como el de la protagonista quien, entre otras idas y vueltas, pierde un embarazo, se prostituye, transgrede ciertas normas que incomodan al macho misógino y golpeador y decide trabajar como pasante en un sector del municipio donde se manifiesta el maltrato a la mujer. A Natalia le ocurren más cosas (novedosas o no) a través de la trama, siempre construidas con el estilo del director, directo y recitativo, contundente y aleccionador.
En ese punto, presumo, se encuentra el cine de Campusano en la actualidad. Nada se ha perdido de la potencia visual directa y sin vueltas que conforman un estilo de inmediata identificación. Pero a esa zona ya reconocible de su cine, en las últimas películas, se ha sumado una mirada institucional y redentora que se contrapone a la virulencia de sus escenas más representativas. Ejemplos: el inolvidable duelo final de Fango, las cenizas del Aguirre desparramadas en la ruta por los motoqueros en Vikingo y las escenas carcelarias de Fantasmas de la ruta no necesitan de la piedad, la redención, el consejo y el reglamento de una determinada institución. Se valían por sí solas desde su costado más salvaje dependiente de la supervivencia y la violencia cotidiana.
La reina desnuda, con sus defectos y virtudes, se encuentra en ese sector frágil que hoy caracteriza la obra del director.