Que el cielo juzgue la nueva versión de un clásico
A 50 años del estreno de la versión original de Jacques Rivette, censurada por las tijeras moralistas en Argentina, se acaba de lanzar una nueva mirada del legendario libro del siglo XII por Diderot. Actúa Isabelle Huppert.
Cuando en los años '60 Jacques Rivette estrenó la primera adaptación de La religiosa, el contexto en su versión más pacata no soportó las transgresiones temáticas de la puesta en escena en donde el personaje jugado por la bella Anna Karina se resistía a su destino de monja. Así, aquella película de 1966 se estrenó en Argentina con más de media hora de censura propiciada por las tijeras moralistas.
Casi medio siglo después, el irregular cineasta Guillaume Nicloux volvió a adaptar la obra de Denis Diderot (publicada en 1760) con la intención de modernizar el texto y construir un relato al mismo tiempo respetuoso y libre del libro original.
En ese pasaje, el film gana y pierde la partida. Por un lado, las raíces de la palabra escrita y las referencias a los tiempos narrativos provenientes de la versión de Rivette surgen desde la prolijidad de la puesta en escena, los encuadres perfectos y un uso de la luz con intenciones dramáticas. También, el protagonismo de Pauline Etienne en la piel sufriente de Suzanne Simonin está a la altura de aquella performance de Anna Karina.
Las licencias en la transposición literaria, sin embargo, se ejemplifican en el tono al borde de lo paródico de su último segmento, al momento en que Suzanne es recluida en un monasterio a cargo de la Monja Superiora Saint-Eutrope, en un rol que le calza ideal a la camaleónica Isabelle Huppert y sus pecas pecaminosas.
En esas escenas jugadas por ambas actrices, donde se describe la pasión entre ambas y las preguntas sin respuestas sobre el destino, la versión de Nicloux coquetea con la ironía en forma original, pero a una distancia importancia de todo aquello que se había narrado en la primera hora del film.
Ocurre que el tránsito que padece el personaje central, primero obligado a convivir en una orden religiosa debido a la pobreza económica de su familia, tiene un verosímil adusto y solemne, acorde al mejor cine académico francés. Más adelante, vendrán las escenas con la superiora encarnada por Huppert, donde allí sí la película no encuentra su mejor punto de equilibrio entre la gravedad del asunto y cierto tono sardónico que se manifiesta de una manera que permitiría la discusión y el debate.