De represiones y calvarios
La tercera adaptación de la novela de Denis Diderot, La religiosa, plantea desde el primer minuto hasta el último el drama de Suzanne Simonin -Pauline Etienne-, una joven de 16 años obligada a recluirse en un convento hasta que su familia consiga casar a su hermana y así recuperar un poder económico debilitado.
En ese sentido, el calvario interno de la protagonista comienza apenas llegada al lugar con una madre superiora sumamente estricta, aunque no tan abusiva como su reemplazante más joven al quedar a cargo de todas las monjas del lugar.
La lucha personal de Suzanne, durante su pesadillesca estadía monacal funciona en paralelo a la crítica sobre las prácticas religiosas -recordemos que está ambientado en el siglo XVIII- y los tormentos que debe padecer al ser considerada impura. A eso debe sumarse un constante y alusivo juego de represión sexual, que junto al deseo de libertad, encuentran la mayor expresión en las conductas durante todo el relato.
La soledad de esta joven, quien además se entera que su madre mantuvo una aventura adúltera y que ella es hija bastarda, suma una nueva espina a su corona. No obstante, la voluntad y la necesidad de libertad hacen de la lucha personal de Suzanne uno de los pilares de esta película dirigida correctamente por Guillaume Nicloux, a pesar de la extensa duración que por momentos la vuelven un tanto densa y reiterativa en cuanto al planteo central.
La religiosa es una propuesta francesa atendible para una cartelera local tomada por el cine mainstream y más aún por toda la oferta para chicos, tratándose de frías vacaciones de invierno.