Una “religiosa” no muy fiel a Diderot, pero interesante
Libre adaptación de la novela más famosa de Diderot, "La religiosa" que acá vemos tiene sus atractivos, unos cambios justificados, otros deplorables, y un desenlace que lleva paz al alma después de varias desazones. También apreciables, el director Guillaume Niclaux, la joven Pauline Etienne, nuevo rostro del cine francés, y el iluminador Yves Cape.
Polemista inquietante del siglo XVIII, Diderot publicó "La religiosa", inspirado en una monja que acudió a Tribunales para deshacer su voto, y acaso también inspirado en su propia hermana, que terminó loca dentro de un convento. Lo acusaron de ateo, pero su personaje jamás desespera de Dios, y sólo tiene reproches para quienes causan daño en su nombre. Claro, son reproches muy graves. Escrita en primera persona como el relato de una monja fugada del convento, la obra denuncia a las familias que se sacaban de encima a las hijas no casaderas o problemáticas encerrándolas en los claustros, que las aceptaban a cambio de aportes económicos (peor aún si eran "hijas del pecado", obligadas a purgar la culpa de su madre). Pide por las chicas llevadas a una vida sin vocación. Describe tres formas de manejar la voluntad, por la "charla", el terror, y el acoso sexual, formas que de ningún modo son exclusivas de las monjas. Reclama el control civil y eclesiástico de las instituciones. Y alarma sobre la desgracia de quien quiere decidir sobre su propia persona sin estar preparada ni socialmente amparada para ello. Con un sentido moderno de la narración, los últimos párrafos de esa historia en primera persona parecen escritos por una mujer en situación extrema, y quedan inconclusos.
La primera versión cinematográfica de esta novela (Jacques Rivette, 1966) imaginó entonces un final terrible. Del resto era bastante fiel, con diálogos bien transcriptos, puesta en escena un tanto bressoniana, predominio de tonos grises, un breve informe inicial sobre dotes y claustros, y sendas frases de dos grandes predicadores que exigían la vocación religiosa como único motivo para tomar los hábitos.
La versión que ahora nos llega prescinde de informaciones y frases clave, aunque el público de hoy ignora aún más que el de 1966 las cuestiones atinentes a la vida monacal en viejos tiempos. Se salta conversaciones clave, pinta a una chica mística como tonta y a la buena madre Mori como hipócrita, no consigna sus buenas acciones y le destina una muerte abrupta en vez de la despedida rodeada de amor que figura en la novela (peor, deja circulando dos informaciones sobre esa muerte, una más antojadiza que la otra). Luego cambia el repertorio de la protagonista en el coro (una cancioncilla profana en vez de unas líneas de "Castor et Polux"), e impone un desnudo completo y una escena de cama. Cierto que en la novela hay algo de eso, pero contado desde la inocencia del personaje.
En la novela también hay referencias a un cierto marqués de Croismare como posible receptor de las memorias de la monja, a quien ella escribe esperando su protección. De esa punta se toman Niclaux y su coguionista Jérome Beaujour para insertar cada tanto a dos personajes leyendo esos textos, y darle a través de ellos un final reconfortante a las penurias de la pobre chica. Diderot no lo pensó, pero los tiempos actuales piden finales felices, o al menos luminosos.
A favor de esta nueva versión se anotan el predominio de tonos radiantes, buenas actuaciones, y atractivo despliegue visual en la ceremonia de los votos, previo agregado del mortificante corte de cabellos. Otro detalle, de apreciable actualización: la cruel superiora Christine es llamativamente joven, lo que hace pensar en tantas ejecutivas y funcionarias jóvenes que se complacen en ser malas practicando su poder sobre un personal indefenso.