Pobre Suzanne (Pauline Etienne), la protagonista excluyente de “La religiosa” (Francia, 2013), de Gillaume Nicloux, una joven obligada a recluirse en sórdidos conventos con el claro objetivo de apartarla de su familia para, de esta manera, ahorrar en costos.
Pero ese ahorro que deciden hacer sus padres desde la reclusión, se convertirá en el calvario de Suzanne, a quien: primero, no le interesa la religión, segundo, desea conocer un hombre con el cual relacionarse y posteriormente casarse, tercero, la música es su única vía de escape cuando logra conectarse nuevamente con ella.
Desde un primer momento nunca le aclararon que esa corta estadía en uno de los claustros a modo de “enseñanza” sería, realmente, la condena con la que caminaría día a día a pesar de sus frustrados intentos de rebelión y autopenitencias impuestas.
Nicloux maneja con gran soltura la estructura narrativa para lograr hacer empatizar desde inmediato con el personaje de Suzanne. En sus gestos, sus lágrimas, en su cuerpo joven que comienza a deteriorarse y abandonarse por el encierro, es en donde “La Religiosa” comienza a reflexionar sobre la Iglesia y los miembros que llegan a ella por elección y sobre los que no.
Dividida en tres claras partes, en donde el tormento de la joven es el vector, la primera se destaca por ser la que introduce el tema sobre la religión y sus derivados y por como erige la imagen fuerte de Suzanne ante los embates que recibe.
En esta primera etapa, más allá de alguna complicidad con las otras novicias, es en la madre superiora en donde la joven intentará canalizar sus miedos, anhelos, sospechas y, claramente, su poco amor hacia Dios.
Luego de ser expulsada del convento, es obligada a reingresar y allí será el inicio de la segunda etapa de la película, ya que al morir esa madre superiora con la que tenía cercanía, aparece una mucho más déspota, autoritaria, exigente, de la que Suzanne buscará alejarse.
En este tramo el filme se vuelve mucho más oscuro, con una clara denuncia sobre prácticas intimidatorias y coercitivas sobre los cuerpos, y que también intenta profundizar sobre un inmenso aparato que ha determinado por siglos cuestiones morales sin siquiera atender a lo que pasaba dentro de los claustros.
Este punto también se avanzará en la tercera y final parte, en la que Suzanne es reubicada en otro convento, luego de eternos enfrentamientos con su anterior madre superiora, un lugar mucho más amable y comprensivo en el que, en un primer momento, le permitirá descontracturar el calvario que hasta ese punto vivió.
Pero Suzanne no sabe que detrás de los muros que rige la nueva madre superiora, interpretada por Isabelle Huppert, una situación lasciva la colocará en el lugar de “preferida” con todo lo que ello implica por lo que de una tortura física y moral ahora se verá envuelta en una tortura sexual y en acoso constante por parte de la Sor Mayor.
Crudo testimonio sobre una joven que sólo quería seguir los pasos de todos los adolescentes de su época, de disfrutar, de ser feliz, y que por cuestiones ajenas a ella, terminará involucrada en un dogma que hacia afuera buscaba aprobación y compromiso, pero que hacia adentro sólo refregaba las miserias en cada una de las novicias y aspirantes a monjas.