El detective de época
Veinticinco años después de estrenar su obra más popular, “Robin Hood: Príncipe de los Ladrones”, Kevin Reynolds vuelve a contarnos otra historia de época. Con el mismo director traído de vuelta de entre los muertos, intentará darle una vuelta de tuerca a un hecho harto conocido por judíos, católicos, y el público general: la historia de la pasión de Cristo. Pero esta vez recurre a contarla desde los ojos descreídos de Clavius (Joseph Fiennes), un tribuno apostado en Jerusalén en el año 33, quien a pedido de Pilato debe desentrañar quién robó el cuerpo del proclamado mesías. Así, la historia comienza como un policial del año cero. Junto a su asistente Lucius (Tom Felton) comienzan los interrogatorios y la investigación para desmantelar un plan que parece hecho para desestabilizar el débil gobierno de Pilato.
Es una película hecha para el creyente poco sofisticado o un público en general que no es muy religioso. La idea es original, un costado que no había explotado antes de una historia contada cientos de miles de veces. Sin embargo, todo cambia cuando Clavius encuentra finalmente y luego de un gran rastrillaje a los apóstoles. No quiere decir que Clavius se convierta en creyente de la noche a la mañana, pero sí abandona su papel de policía investigador para convertirse en un dudoso seguidor. Entonces la narración se vuelve arrítmica y en cierto punto contradictoria. Por un lado, se muestra el amor, cariño y camaradería de Jesús con sus seguidores. Es acertado que se haya recurrido a destacar este punto en lugar de centrarse en el contenido específico de la religión. Sin embargo, por otro lado, los milagros y otras demostraciones se narran tan desprovistas de emoción que resultan poco creíbles.
Sobre las interpretaciones no tenemos nada que objetar. El trabajo de los protagonistas es correcto, destacándose muy por encima el personaje de Joseph Fiennes. Lleva a la pantalla las dudas de su personaje, lo que no es tarea fácil cuando se ve enfrentado a observar cosas que no puede conciliar: sus creencias de toda la vida y sus experiencias de los últimos días. Otros personajes como Lucius, Pilato, o el mismo Jesús no están escritos en forma tal que demuestren conflicto alguno. Pero es un error de guión, no del trabajo de los actores. La película se apoya sobremanera en una figura pero descuida las demás, logrando que sus personajes resulten vacíos. Es por eso que no logramos explicarnos la decisión crucial que Lucius toma hacia el final, que no es natural sino forzada.
Además, aunque Lorenzo Senatore tenga en su curriculum la dirección de fotografía de otras películas de época como “300: El nacimiento de un imperio” o la espantosamente criticada “Hércules“, esta vez parece quedarse corto. Quizá debido a un déficit presupuestario, pero los escasos momentos de CGI están tan mal utilizados que hasta parecen vulgares en una historia que pretende ser seria y solemne. Hilando fino, lo mismo nos ocurre con el personaje de Bartolomé, el descargo cómico de una película que no debería tenerlo. Una película que aprueba con lo justo, que puede defenderse y que al menos se ha sincerado sin mostrar grandes pretensiones de reinventar la rueda con una historia que el público ya conoce de antemano.