Desde el cine silente la figura de Jesucristo ha inquietado a los más diversos realizadores, los que trasladaron en imágenes la palabra y el sufrimiento de Cristo. Así lo convirtieron en uno de los personajes con mayor representación cinematográfica: Jesús ha aparecido en más de 150 películas y se ha encarnado en las procesiones y pasos de Semana Santa en el mundo.
Todo comienza con la primera escisión en el universo judío (sin olvidar la fractura entre Issac e Ismael, judíos y musulmanes, hijos de Abrahan), entre el poder del religioso ortodoxo y los saduceos que eran la rama armada de un nuevo orden, que era celoso de la religión tradicional y pretendían reponerla. Jesús, se supone que representaba la parte política de ese orden e intentaba restablecer el amor a Dios desde la paz.
La figura y el nombre de Jesús se han sostenido a través de dos mil años y la sola invocación de su nombre cura los males. Los iniciados en la India sostenían, según su costumbre, que “el nombre es un símbolo”. Así Narjuna, confesaba que por conducto de su propio nombre se consideraba como cruce de dos vías. De acuerdo con esta perspectiva, Jesús ya no será el pez que calme las aguas o camine sobre ellas, sino el Resucitado que propone la visión de un nuevo mundo.
¿Qué hay en un nombre? Borges dice en el Golem (“El otro, el mismo”): “Si como el griego afirma en el Cratilo, / el nombre es arquetipo de la cosa. /En las letras de la rosa está la rosa,/ y todo el Nilo en la palabra Nilo (…)”. Por otra parte los chinos sostienen que el nombre no sólo marca el destino sino todos los actos de la vida, y si excluimos el segundo nombre éste regirá más que el primero nuestra vida cotidiana.
Jesús (Ishua) en su nombre contiene, según la cábala, el número 7, Zayim, que por su forma en hebreo representa “el arma”. Está relacionada con el “Sabbat”, que a su vez significa “retraimiento”. El “Sabbat”, el séptimo día es descanso, pero también muerte. El 7 representa una ley arquetípica, el hombre deberá traspasar ese número de “puertas” para integrarse a otros niveles energéticos cada vez mayores de la creación. Zayin, el 7, es el arma del recuerdo, pero también la simiente que debe morir para renacer en la luz. En Zayín el hombre se vuelve oro, luz total.
En el filme el “La resurrección de Cristo” (“Risen”), dirigida por Kevin Reynolds, más allá de ser una ficción más sobre las cientos de películas que se realizaron sobre Jesús, tiene un valor agregado, y es que los guionistas han trabajado sobre esta variante de la idea cabalística del nombre de Jesús. Y ese detalle se visualiza en el final, cuando Jesús se despide del tribuno y se transforma en una bola de luz.
En “La resurrección de Cristo”, mientras que la cuestión de quién era Jesús realmente es central en la trama, éste resulta ser un personaje secundario. Los principales actores en la historia de Jesús sobre su muerte y resurrección son: Poncio Pilato (Peter Firth), prefecto de gobierno de la provincia romana de Judea, y el hombre que ordenó la crucifixión de Jesús; Caifás (Stephen Pena), sumo sacerdote de Judea y el hombre que encabezó la oposición a Jesús y exigió su crucifixión; José de Arimatea (Antonio Gil), miembro del consejo judío (Sanedrín), y el hombre que donó su tumba como un lugar de descanso para el cuerpo de Jesús; La madre de Jesús, María (Frida Cauchi); la presunta ex prostituta, María Magdalena (María Botto); los discípulos con Simón Pedro (Stewart Scudamore) y Bartolomé (Stephen Hagan) y, por supuesto, "Jesús, que es llamado el Cristo" (Cliff Curtis), más contemporáneo de los palestinos actuales que al rubio de ojos azules representado en el renacimiento. Pero el personaje principal de la película no está en la Biblia y fue creado para esta versión de la historia: el Tribuno romano, Clavius #8203;#8203;(Joseph Fiennes, ganador del Globo de Oro).
Al igual que en el filme “El Manto sagrado” (“The robe”, Henry Koster 1953) la trama no se centra en Jesús sino en el Tribuno Marcellus Gallius (Richard Burton). Jesús como personaje de apoyo es una figura recortada a la que ni siquiera se le ve el rostro. Si bien “La resurrección de Cristo” tiene cierto paralelismo con “El manto sagrado”, los puntos de giro la conducen hacia una variante diferente. En todo caso en los dos filmes los tribunos buscan el camino de Jesús para obtener su redención o libertad. En las dos versiones Jesús se transforma en una obsesión.
Marcellus busca el manto que lo embrujó y Clavius trata por todos los medios de encontrar a Jesús y de detener los rumores de su resurrección antes de que puedan multiplicarse y crear serios problemas para la administración romana. Busca entre todos los cadáveres de crucificados en las últimas semanas, que según los registros de Flavio Josefo (“Antiguedades judías”), podrían alcanzar hasta 500 por día, el cuerpo de aquél hombre que él vio en la cruz.
Clavius piensa que los rumores son infundados e inicia un viaje (casi iniciático) siguiendo, rumbo a Galilea, a los discípulos que van en busca de su maestro. Ese viaje lo lleva a conectarse con un pueblo que recuerda al de “La vida de Brian” (·Monty Python's Life of Brian”, Terry Jones, 1979) en donde los discípulos se parecen a los habitantes de la comuna hippie de “Busco mi destino” (“Easy Rider”, Denis Hopper, 1969).
A diferencia de otras películas donde el foco está directa o indirectamente puesto en Jesús, el enfoque en ésta versión es principalmente en el delicado panorama político entre judíos y romanos y, por supuesto, en el protagonista Clavius. Sin embargo, en “La resurrección de Cristo” se utiliza el método indirecto para descubrir por qué Jesús fue tan especial para sus seguidores (y continúa siéndolo en la actualidad). Este enfoque indirecto es mucho más eficaz para acelerar el mensaje del Evangelio.
“La resurrección de Cristo” es, por otra parte, una historia detectivesca que busca seguir la pista de un hombre que ha desaparecido, pero que se muestra en lugares distintos a sus discípulos que creen ciegamente en él. Y comienza con la muerte de Barrabás, que luego de ser liberado y su lugar ocupado por Jesús, vuelve a su guerra de guerrilla para acosar al gobierno romano. Es como si la pista para seguir el rastro de Jesús estuviera en Barrabás. Como si los dos fueran centro de una misma persona.
Aunque esta película es claramente sobre el misterio que rodea a la resurrección de Jesús en el fondo, el primer plano es un viaje personal y el juego de intereses entre romanos y judíos para mantener la precaria paz en Jerusalén. Además de mostrar que la guerrilla estaba instalada en la zona porque las facciones saduceas no daban tregua ni a romanos ni fariseos que tenían ocupado el Sanedrín y gozaban de todas las prebendas romanas.
El ritmo de la narración es relativamente lento y mantiene el interés del público mediante personajes muy bien desarrollados. Si bien el mensaje del Evangelio se expresa con claridad no se muestra como proselitismo. La intención fue mostrar a un hombre común cuya tarea fue crucificar a un hombre, custodiar su tumba y luego tener que responder por su desaparición.
La cruz de Clavius es la de un escéptico, que luego de su encuentro con Jesús decide vivir su vida como errante vagabundo. Su despojo reside en su mayor bien, el anillo de Tribuno, que lo entrega por un plato de comida y un vaso de agua a un mortal en medio del desierto y luego se va. Ese desierto es su alma, también, que no encuentra paz, porque sus valores fueron trastocados por un hombre con el que penas cruzó palabra y luego se fundió en la luz
A propósito de la crucifixión, y su incidencia en ésta realización fílmica, estimo oportuno distraer un fragmento complementario de espacio y tiempo para recordar que en el mundo grecorromano la crucifixión era la pena impuesta a los rebeldes y los bandidos, pero al mismo tiempo típica de los esclavos. En efecto, se llamaba precisamente servile supplicium (el “suplicio de los esclavos”). Ciertamente, dada su crueldad, Cicerón la definió como crudelissimum taeterrimumque supplicium (el “suplicio más cruel y horrible que existe”) (In Verrem 2, 64, 165), y con anterioridad a él Plauto la calificó como maxuma mala crux (la “espantosa cruz”) (Poenulus 347); pero la principal característica de la crucifixión era su vínculo con la esclavitud, por lo cual Cicerón agrupó los dos aspectos - máxima crueldad y pena propia de esclavos - al definirla como “el suplicio más cruel aplicado a los esclavos” (servitutis extremum summum que supplicium) (In Verrem 5, 66, 169).
¿Cómo tenía lugar la crucifixión? En general, era precedida por la flagelación, suplicio que Horacio llama horribile, agregando que sus víctimas morían (Satirae 1, 2, 41). El condenado era golpeado con el flagellum, un látigo con varias correas, cuerdas con nudos o cadenillas, en cuyos extremos había huesecillos y pequeñas bolas de plomo.
Antes de colgarlo en el patíbulo, se desvestía al condenado para exponerlo desnudo ante las miradas de la gente. Luego le quitaban del cuello la tablilla con el motivo de la condena, que se colocaba en el madero vertical sobre su cabeza para que todos pudieran leerla. De ese modo era supuestamente despojado de toda apariencia de personalidad jurídica y del carácter de “hombre”, herido tanto en su cuerpo horriblemente desfigurado como en su honor, puesto que la crucifixión era una pena impuesta a los esclavos, desertores y ladrones, como en su dignidad humana, cuya pérdida mostraba el hecho de encontrarse expuesto desnudo a las miradas e insultos vulgares de la gente.
La crucifixión de Jesús no fue diferente a la forma acostumbrada de imponer este tipo de suplicio. Una vez condenado por Pilato, fue flagelado de acuerdo a la costumbre romana, es decir, con un número no establecido de golpes; fue escarnecido por los soldados romanos como rey objeto de burlas; se le hizo cargar el patibulum, que en su estado de agotamiento no lograba llevar, de tal manera que obligaron a un tal Simón de Cirene, que venía del campo, a cargarlo detrás de él. Al llegar a un lugar elevado llamado Gólgota, le quitaron del cuello la tablilla donde estaba escrito su nombre (Jesús el Nazareno) y el motivo de la condena (Rey de los Judíos); le hicieron ingerir un brebaje narcótico, compuesto de vino y mirra, que las mujeres de alto rango de Jerusalén solían ofrecer a los condenados para reducir su sensibilidad al dolor; luego lo desnudaron, lo clavaron en el patibulum y lo levantaron sobre el stipes hundido en la tierra; por último fijaron sus pies en el stipes, probablemente con un solo clavo, y pusieron la tablilla de la condena sobre su cabeza. Junto con Jesús fueron crucificados dos ladrones, cuyas cruces se encontraban una a su derecha y la otra a su izquierda. Tal vez la cruz de Jesús era más alta que de costumbre porque el soldado puso en una caña la esponja en vinagre para calmar su sed (Mc 15, 36).