El género antes que el mensaje
No hay que ser creyente para darse cuenta que la historia de la crucifixión de Cristo y su posterior resurrección está repleta de apuntes vinculados al poder del amor por el prójimo, el brindarse al otro, el deber, la responsabilidad, la fe (a nivel general, no sólo en algo superior), el compañerismo y un largo etcétera. Y que todos esos elementos no interpelan sólo a los creyentes, sino que poseen características universales, con lo que estamos ante un relato fascinante, repleto de potencialidades y sujeto a múltiples interpretaciones, un verdadero clásico desde el momento de su concepción.
Cuando La resurrección de Cristo se hace cargo de lo mencionado anteriormente, es una película mucho más interesante de lo que ciertos prejuicios podrían indicar. Esa lucidez probablemente parta de la mirada del director y coguionista Kevin Reynolds, un realizador que en films como Robin Hood, Waterworld y Montecristo siempre demostró estar más interesado en los cimientos de aventura antes que en los mensajes que podían partir de los relatos que abordaba. Acá Reynolds hace una operación similar, corriéndose un poco al costado de los acontecimientos ya conocidos y centrándose en el tribuno romano Clavius (Joseph Fiennes), a quien le asignan encontrar el cuerpo desaparecido de un judío que se autoproclamaba el Mesías y del que se dice que se levantó de entre los muertos. Es por eso que durante casi una hora, asistimos a una película que parece más de misterio que otra cosa, focalizando en el enigma que afronta el protagonista, quien arranca totalmente descreído e irá descubriendo pequeñas pistas que, acumuladas, lo irán alterando en sus percepciones.
Con su estructura sustentada en base a interrogantes antes que certezas y su visión lateral de hechos icónicos -la secuencia de la crucifixión, desde el montaje hasta la puesta en escena, pasando por el recorte temporal, es muy ejemplificadora-, La resurrección de Cristo se permite reflexionar sobre los imaginarios creados a partir de la creencia, el relato oral como sustento indispensable para un discurso y cómo la esfera religiosa siempre se cruza con la política. Y si es a partir de la segunda mitad donde empiezan a aparecer las respuestas y donde el film tropieza más, porque pierde buena parte del misterio, el descubrimiento y la fascinación pasan a jugar papeles relevantes. Siempre la película mantiene la visión humana e inicialmente escéptica de Clavius, y eso le agrega una complejidad que no tenía, por caso, La pasión de Cristo. Ahí es donde aparecen también dos factores sumamente atendibles: primero, que la contemplación de los milagros y el ejercicio de la fe están marcados principalmente por la alegría y el gozo, eludiendo en buena medida el tono trascendente y ceremonioso; y segundo, que la creencia y la fe se muestran como construcciones para nada espontáneas, necesitadas de pequeños pasos y, fundamentalmente, de una observación en la que se hallan pruebas que sustentan lo que se cree. En eso, quizás no deliberadamente, La resurrección de Cristo roza el agnosticismo: no hay fe en algo abstracto y/o mítico, sino en hechos concretos, comprobados casi de manera científica.
No faltan las imperfecciones en La resurrección de Cristo: el escaso presupuesto se nota en unas cuantas secuencias, varios personajes caen en discursividades baratas, la narración no termina de ser fluida y Fiennes parece sólo conocer una modalidad actoral, que es la tensa. Pero aún así, lo que se impone es la honestidad y humildad en un film que hasta se permite darle el rol del Mesías a un intérprete no precisamente agraciado -aunque sí carismático, a su manera- y para nada caucásico como Cliff Curtis (que es de origen neozelandés y ha encarnado personajes de múltiples etnias). Pequeña sorpresa, La resurrección de Cristo es una película sincera, que no le habla sólo a los creyentes, y eso -siendo ateo, como quien escribe- se agradece.