Ascensor al infierno
Las películas de terror se acumulan en las salas de los cines de Córdoba y es una buena oportunidad para que los amantes del género puedan compararlas y sacar sus propias conclusiones. La reunión del diablo no saldría beneficiada en ninguno de los rubros posibles de esta competencia imaginaria. No tiene el suspenso de Actividad paranormal, ni la crueldad de El juego del terror, ni la espectacularidad de El juego del miedo 7. Para decirlo rápido: es un producto insípido y sin ambiciones.
El argumento pintaba interesante: cinco personas quedan encerradas en un ascensor en un enorme edificio corporativo: una vieja, una mujer joven, un guardia negro, un ex soldado y un oficinista. De pronto se corta la luz y la mujer joven es herida por un instrumento punzante. Nadie sabe quién fue el agresor, pero enseguida aparece un chivo expiatorio. A partir de ese instante, las relaciones se electrifican y entran en un campo de tensión en el que habrá sospechas, alianzas fugaces, ataques de pánico y todos los ingredientes conocidos.
Sin embargo el ascensor no es el equivalente del ataúd de Enterrado, las cámaras fijas de Actividad paranormal o la casa clausurada de Rec. No funciona como una restricción formal, como un límite que deja fuera al resto del mundo. Todo lo contrario, una trama paralela se desarrolla afuera, anudada a las acciones y las conversaciones del policía encargado del caso y de los guardias de seguridad que observan a través de las cámaras de vigilancia. A través de sus conjeturas acerca de lo que realmente sucede en el ascensor, uno se entera de lo que una buena película de suspenso hubiera mantenido entre paréntesis.
Uno de los tantos defectos que exhibe La reunión del diablo es que llega demasiado rápido al tópico del demonio. Por supuesto, la versión más supersticiosa (que termina siendo la verdadera) sale de la boca del mejicano de turno, como si la mentalidad latina fuera la reserva de irracionalidad que Estados Unidos necesita para mantener su oscurantismo. El final de decepcionante redención, que ya casi ninguna película de terror se permite, la degrada a un nivel de ingenuidad intolerable en el infierno.