Un guión con demasiadas palabras y simplificaciones, muy disperso y poco convincente
Hay un joven incendiario convicto que ha cumplido buena parte de su condena y aspira desesperadamente a obtener la libertad bajo palabra; un veterano oficial de justicia, de moral no tan intachable como aparenta, a cargo de la redacción del informe que será decisivo para que el juez se expida por sí o por no; una mujer endiabladamente sexy y poco escrupulosa dispuesta a todo para influir en la pronta liberación de su marido. Aparte del hecho de que un hombre tiene en sus manos el destino de otro, hay varios motivos para que la tensión sea creciente a medida que se suceden las entrevistas que determinarán el contenido del informe, y la sensación de que semejante triángulo (cuarteto, si se añade a la otra esposa que ha soportado años de maltrato e indiferencia refugiándose en la Biblia), no puede sino conducir al terreno del thriller.
Pero no. Como en Al otro lado del mundo (su versión de El velo pintado conocida aquí hace tres años) al director John Curran no le interesan tanto las acciones como los personajes y en especial las batallas que cada uno libra con su conciencia. Lo malo es que no halla mejor modo de exponerlas que en forma verbal. De tal modo, su film se puebla de palabras: las que (quizá a manera de comentario del autor) alguien difunde sin parar por la emisora cristiana siempre sintonizada en la radio del auto, y las que se ponen en boca de los personajes (el film es una sucesión de conversaciones de a dos) y que hablan una y otra vez sobre el pecado, el perdón, el castigo, la expiación, la ética, la responsabilidad y el renacimiento espiritual. Tema éste al que contribuye el estado de pseudomisticismo a que arriba el recluso gracias a una estrafalaria religión basada en las ondas sonoras.
La verbosidad es un problema que a fuerza de oficio Robert De Niro y Edward Norton ayudan a sobrellevar, a pesar de que el personaje de uno responde al clásico estereotipo del hipócrita que pasa por creyente de moral intachable, y el del otro carece de la peligrosidad que habría enriquecido el enfrentamiento dramático. Claro que ni ellos ni la seductora Milla Jovovich ni la mesurada Frances Conroy pueden disimular ciertas simplificaciones poco creíbles del guión, como la facilidad con que el oficial (veterano y a punto del retiro) cae en la primera trampa que le tienden, o como el prólogo que ilustra sobre la calaña del falso moralista. Pero el problema mayor es que, más allá de sus aciertos formales, el film no puede evitar la dispersión y parece seguir hasta el final en busca de un centro que siempre le resulta esquivo.