Postales de una utopía inacabada
El año pasado se estrenó La patria equivocada, precedente de las nuevas miradas sobre San Martín y Belgrano que narraban determinados hechos que entronizaron a ambos héroes y próceres.
Las preguntas siguen siendo las mismas cuando las imágenes de La revolución es un sueño eterno invaden con su retórica pomposa y su mirada revisionista sobre el pasado, constituido por muertes, venganzas, fusilamientos, tomas de decisiones y gestas heroicas que se tradujeron en un batallón de cadáveres con la finalidad de construir una patria diferente a la de los inicios de 1810. ¿Cómo filmar la Historia sin caer en frases altisonantes y didácticas? ¿De qué manera esta clase de cine viene a oponerse a los biopics escolares de Torre Nilsson y su trilogía sobre San Martín, Martín Fierro y Güemes? ¿Cuáles son los recursos cinematográficos de los que se vale este revisionismo siglo XXI para alejarse de modelos anteriores?
Es innegable que el saldo continúa en rojo, ya que el film de Juárez, sostenido en una estética televisiva de planos medios y primeros planos que manifiesta sus propósitos ideológicos a través de la mera vomitización del discurso, como si se estuviera oyendo un radioteatro sobre próceres y personajes importantes, no escapa a ciertas reglas establecidas por aquella trilogía, ya presente en los albores triunfalistas del cine de los estudios, con La guerra gaucha de Lucas Demare a la cabeza.
El punto de vista elegido por Juárez, en un principio, es seductor y original: las ambigüedades e idas y vueltas de alguien olvidado por la historia como Juan José Castelli, aquel brillante orador del 25 de Mayo que moriría de cáncer de lengua. De allí, La revolución… narra a través de flashbacks algunos hechos históricos donde el personaje tuvo participación, destacándose las escenas de los fusilamientos, entre otros el de un Liniers seguro de sí frente al pelotón y un Monteagudo eufórico frente a la sangre derramada. Otros próceres, como Belgrano y Moreno, también tendrán su propia edificación marmórea. Las actuaciones, por su parte, en pocos momentos traicionan los aspectos estéticos elegidos por la puesta en escena.