La Historia contada a la antigua y con gran elenco
Esta es la adaptación, y necesaria simplificación, de una novela casi inadaptable, compleja, donde Juan José Castelli, llamado «el orador de Mayo», reflexiona sobre el fracaso de sus ideas jacobinas, su lucha junto a Moreno y Belgrano, y los sinsabores que esto le trajo. No son recuerdos lejanos. Recién es 1812, pero políticamente ha caído en desgracia y encima, terrible ironía, tiene un cáncer de lengua.
El director Nemesio Juárez, que años atrás supo adaptar a Horacio Quiroga, se las arregla ahora con esta obra magna de Andrés Rivera. Lo ayudan Licha Paulucci y un elenco muy indicado para una riesgosa pero ineludible decisión estética: mantener en los diálogos la impronta literaria de la novela. Esto (y otras elecciones que van pegadas) hace que algunos acusen a la obra de anticuada, pero los actores y los textos son de primera, con lo que el posible defecto se vuelve virtud.
Lito Cruz es el doctor Castelli, agobiado y punzante. Lo acompañan Luis Machin, Adrián Navarro, Juan Palomino, como Belgrano, Moreno y Monteagudo, y otros de menos cartel pero muy en papel, entre ellos Antonio Ugo, Carlos Kaspar, Rolando Ochambela y James Murray, como Cisneros, Beresford, Liniers y un traficante de armas, todos en diálogos reveladores, porque acá vemos las luces pero también las bajezas de los iluminados de aquel entonces, y la injusticia que acarrean a veces los sueños. Fusilamientos, complots, limitaciones mentales y morales, gestos de soberbia, se ven ahora con otra óptica. De pronto un virrey puede tener su parte de razón, y un avanzado justificar sus crueldades con lógica similar a la de un retardatario. El sacrificio, el desagradecimiento y la desilusión salen a escena. «¿Qué Revolución compensará las penas de los hombres?», se pregunta Castelli. En todo caso, escribió Rivera, que la de Mayo no sea «una invectiva pomposa, una interpelación pedante o, para complacer a los flojos, un estertor nostálgico».
Dos momentos tocan en lo hondo. La discusión del Cabildo Abierto del 22 reproduciendo casi tal cual el famoso cuadro de Pedro Subercaseaux, y la música final, más que conocida, muy bien puesta. Con la música surge también la dedicatoria, íntima y abierta. Y a barajar y dar de nuevo. Detalle extraño: esta película ya estaba lista y aprobada por Rivera hace dos años. Nunca tuvo distribuidor ni exhibidor interesado. A señalar, para estudiosos, otras dos sobre la fundación violenta de la Patria: «Cabeza de Tigre», de Claudio Etcheberry (el enfrentamiento Castelli-Liniers), y «Tierra de los padres», de Nicolás Prividera.