Ahórrame el melodrama
“Ahórrame el melodrama,” le dice un personaje a otro durante una de las numerosas peleas a gritos en La rueda de la maravilla (Wonder Wheel, 2017). Si le ahorrara el melodrama nos ahorraríamos la película entera. La costumbre con cada estreno es celebrar cuántos años tiene Woody Allen y cuántas películas lleva dirigidas, pero cuántas más hace más crece la sombra de sus mejores obras. Esta no es una de ellas.
Una película mediocre de Woody Allen es mejor que el promedio de muchos otros directores. Aún sus obras menos inspiradas suelen contar con un excelente elenco, actuaciones enérgicas, buen diálogo y una puesta en escena económica pero versátil. La rueda de la maravilla incluso signa la segunda colaboración consecutiva con el legendario director de fotografía Vittorio Storaro, quien tiñó de sepia Café Society (2016) y dota a La rueda de la maravilla de unos preciosos matices rojos, azules y dorados. La técnica de la película es un gusto e inmejorable.
El guión, por otra parte, parece un borrador de una historia que jamás fue desarrollada más allá del nivel conceptual. En varias ocasiones Allen ha demostrado su fascinación por conflictos paradójicos y los actos inmorales de los que sus protagonistas se valen (si se animan) para romperlos, pero aquí está tan fascinado por el concepto de su propia historia que los personajes no tienen nada más para hacer que describirla una y otra vez en vez de vivirla. Se gritan, pelean y describen con improbable clarividencia por qué hacen lo que hacen y sienten lo que sienten.
El resultado es parecido a un ejercicio teatral que mantiene la distancia entre una obra y su audiencia al señalar cada operación que lleva a cabo, pero la historia es mucho menos inteligente de lo que se cree, apenas redimida por la excelente interpretación de Kate Winslet, un buen reparto - al margen de la sobreactuación - y la impecable labor de Storaro, cuya belleza contrasta marcadamente con una historia tan lúgubre sobre personajes tan mezquinos y volátiles.
Presentada cual obra de teatro y narrada por el aspirante a dramaturgo Mickey (Justin Timberlake), la trama trata sobre su amorío con una mujer casada, Ginny (Winslet), el cual se convierte en un triángulo amoroso cuando la hijastra de Ginny, Carolina (Juno Temple), regresa a casa tempestivamente huyendo de un pasado mafioso. Mickey será el narrador pero la perspectiva es principalmente la de Ginny, quien empieza a tener celos de la hija de su marido (James Belushi) y a competir discretamente por Mickey. Pero la película es pura premisa y nada de evolución: reitera una y otra vez lo mismo. Qué apropiado que el gran gesto de la historia termine viniendo de una inacción en particular más que de la acción de la heroína.
El film está ambientado en la carnavalesca Coney Island de los 50s, lo cual sirve de consigna para la iluminación intensa y multicolor de Storaro. Como Café Society, la película es un retrato melancólico de un sitio anticuado de una era desvanecida, pero en ningún momento se justifica narrativamente. Este melodrama, rallando la telenovela, podría ocurrir en cualquier sitio, en cualquier momento (por no decir en cualquier otra película del director). Por otra parte, muchos de los elementos que recurren a lo largo de la historia no parecen tener un saldo final, como el rol doble de Mickey como narrador omnisciente y personaje actante, o el hijo pirómano de Ginny.
En cualquier otro tintero La rueda de la maravilla pasaría por un experimento llamativo; dentro de la filmografía de Woody Allen es demasiado parecido a otras películas del mismo autor más exitosas y destacadas como para no evocar decepción a pesar de todos los buenos elementos con los que cuenta, o quizás a raíz de ellos. Hay una mejor película debajo de esta.