El 47º largometraje del mítico realizador neoyorquino no se ubica entre lo mejor de su filmografía, pero al menos regala una intensa actuación de la protagonista de Titanic.
El drama no le sienta demasiado bien a Woody Allen, sobre todo cuando la apuesta es bastante teatral como en el caso de La Rueda de la Maravilla. Esta historia de (des)amores y -otra vez- engaños ambientada en la por entonces esplendorosa Coney Island de los años '50 nos muestra al prolífico director neoyorquino -y a los actores, claro- en su faceta más ampulosa, sentenciosa y recargada. En mi caso, siempre preferiré al Woody leve, cuyo cine fluye con ligereza y espíritu lúdico.
El film está narrado en off -y a veces a cámara- por Mickey (Justin Timberlake), un guardavidas con aspiraciones de dramaturgo y poeta que trabaja en la playa de la zona y que será -no le resulta complicado- el galán que enamorará a las mujeres del film. Por un lado está Ginny (Kate Winslet), actriz frustrada a punto de cumplir 40 años y sufrida esposa de Humpty (Jim Belushi), un tipo bastante elemental y con problemas con el alcohol que trabaja como empleado del tradicional parque de diversiones de Coney Island donde está la Rueda de la Maravilla del título y cuya principal pasión parece ser ir a pescar con amigos. Por otro, aparece Carolina (Juno Temple), la hija de Humpty que llega al lugar escapando de un marido mafioso que quiere matarla.
Más allá de la atractiva reconstrucción de época (con la producción de Amazon Allen parece haber conseguido mayores recursos) y del valioso nuevo aporte del célebre director de fotografía italiano Vittorio Storaro, La Rueda de la Maravilla nunca logra trascender los límites de lo ampuloso, lo subrayado y una llamativa autoindulgencia. Y seamos por demás benévolos también con ese Woody ya bastante poco riguroso que se permite unas cuantas “licencias ¿poéticas?”, como el caso del ensordecedor ruido de disparos (el stand de tiro al blanco está justo debajo de la vivienda de los protagonistas) que retumba en la escena inicial, pero que luego... ¡desaparecerá por completo en el resto de la película!
Aún tratándose de un Woody Allen menor -algo moroso y con ciertos diálogos torpes, muchas veces a puro grito, que acercan el film al grotesco- esta suerte de versión devaluada de Manhattan, Match Point o Blue Jasmine al menos regala ciertos momentos de intensidad emocional en los que es Kate Winslet quien saca el mejor provecho. No es mucho, pero quizás alcance para que los fans del ya octogenario director salgan mínimamente satisfechos tras ver su 47º largometraje.