¿Qué certezas puede tener la esposa de un mafioso que huye de éste? ¿Qué necesidades pueden ser satisfechas en una mujer que abandonó su sueño profesional? La nueva película de Woody Allen explora tales interrogantes. En ella, Carolina (Juno Temple) visita a su padre Humpty (Jim Belushi), quien vive junto a su esposa Ginny (Kate Winslet) en un apartamento en Coney Island. Mientras, Ginny tiene un romance con Mickey (Justin Timberlake), el salvavidas de la playa con pretensiones literarias, y es madre de un niño aficionado a iniciar incendios. Así, Woody Allen traza los enredos entre personajes principales a los que nos tiene acostumbrados.
En el filme se detecta una cierta impostura, la cual impide, en particular, que el hastío del personaje de Ginny sea orgánico. La iluminación en algunas escenas, como el encuentro nocturno bajo el muelle entre Ginny y Mickey, está repleta de una pretendida significación sobre el pasado prometedor de ella. No obstante, la vacuidad se devora la química entre ambos. La relación rutinaria entre Ginny y su marido, asimismo, está retratada con las nimiedades del día a día. No hay hallazgos en estas relaciones cotidianas, sino apenas en Richie (Jack Gore), ese personaje aislado que es el hijo de Ginny. Con su deseo de iniciar fuegos y detenerse a observar algunos de ellos, asoman indirectamente las pasiones que desataba su mamá en la juventud cuando intentaba ser actriz. Es como si Richie fuese la torpe insistencia de lo que ella no logró.
Si hay algo fascinante en la película es el diseño de arte. Los sets y las locaciones ambientan una época colorida y ruidosa. Se destaca aquí el departamento de Ginny y Humpty, con sus amplios ventanales que permiten ver el parque de diversiones y la playa más atrás, sus ambientes que albergan conversaciones y discusiones, sus curiosos detalles de época (siendo el más evidente la grabadora que le regala Humpty a Ginny en su cumpleaños). Probablemente por este detenimiento en los decorados, en los interiores y en los diálogos, la película resulta tan teatral. Esto no hace más que recordarnos los clásicos del teatro adaptados al cine como Un Tranvía Llamado Deseo o El Gato sobre el Tejado de Zinc Caliente. Ciertamente ya sólo la referencia empobrece un poco al filme de Allen, pero los temas están presentes.
Deberíamos detenernos en la actuación de Kate Winslet. La actriz británica retrata con franqueza a una mujer descreída, pero al habernos acostumbrado desde sus inicios a actuaciones con presencia enérgica, varios de aquellos roles pasan por debajo. Si así ocurre con éste, lo hace mediante un gesto previo de cuestionamiento sobre nuestra rutina. En ese recordatorio final de tener que lavar su uniforme de camarera, tan cercano a varias realidades cotidianas, se encuentra el reconocimiento de la manera en que el día a día devora las angustias y urgencias más profundas del ser humano. No se trata sólo de las palabras dichas por Winslet como mecanismo de defensa ante el caos, sino más bien de su mirada desamparada y disconforme avizorando el destino.