La fábrica Woody Allen alterna entre comedia y drama (o su peculiar híbrido de ambos) y sigue sin detenerse a ración de un estreno por año. El de 2017, que le toca a este 2018 en pañales, es La Rueda de la Maravilla, que tiene más puntos en común con la reciente y multipremiada Blue Jasmine que con Match Point, como algunos críticos han señalado. Las similitudes, no obstante, radican en el género y la temática, y no tanto en la calidad del film, lamentablemente.
Pero conviene aclarar algo: aunque La Rueda de la Maravilla no es ninguna gran obra allenesca como sí lo fueron algunas esporádicas excelentes películas de los últimos años de su carrera, sí es una entrada más que decente en una filmografía que no para de agigantarse. El elenco aporta mucho para llegar a este resultado (más allá de Kate WInslet y Jim Belushi, brilla especialmente Justin Timberlake), y la imponente fotografía de Vittorio Storaro completa un relato que se siente teatral, pero sin dudas se beneficia de ello.
Allen narra aquí la desdichada vida de una mujer viviendo un matrimonio ensamblado (su marido es también un padre soltero que hace años no ve a su hija, mientras ella tiene un niño con tendencias piromaníacas), que parece haber quedado detenida en el pasado. Alguna vez actriz, esta mujer llamada Ginny (WInslet) añora tiempos mejores, y no termina de aceptar su presente: asegura, siempre que puede, que ella no es una simple camarera, sino que apenas está interpretando ese papel.
El conflicto entra en juego cuando un mal día aparece Carolina (Juno Temple), la hija distanciada de su actual marido (Belushi), que escapando de la mafia busca refugio en el último lugar donde cree que los maleantes podrían buscarla: el techo de su padre. Para complicar las cosas, conocemos también la versión de los hechos a través de Mickey (Timberlake), un guardavidas que se enamora del patetismo de Ginny, y encuentra románticas las tragedias y penurias de los protagonistas. Es, se entiende, un aspirante a escritor, y voz y ojos de Woody Allen mismo.
Ambientada con un preciosista cuidado por el detalle en los años 50s a las orillas de Coney Island, La Rueda de la Maravilla es posiblemente un capítulo menor en el gran libro de películas de Woody Allen, pero aún así presenta todas las características que hacen a sus films tan disfrutables: excelentes actuaciones, diálogos inteligentes y crudos, y un desenlace que no se interesa por las convenciones del happy ending de Hollywood ni pretende una gran revelación con vuelta de tuerca.