Una tragedia veraniega
Woody Allen continúa año a año filmando y entregando films de gran calidad representativos de su estilo sardónico y cínico que cuestiona las convenciones formales de los géneros y la narración cinematográfica combinando experimentación, psicoanálisis, un tono intelectual y mucho atrevimiento. En su último film, La Rueda de la Maravilla (Wonder Whell, 2017) Allen propone una estructura similar a la de las tragedias griegas, genero con el que ya había trabajado de forma completamente diferente en Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite, 1995), por dar un ejemplo, para construir una obra de carácter estrictamente teatral en la que la mezcla entre actuación, iluminación y fotografía se funden para ofrecer una alegoría sobre las miserias que anidan en el corazón de la humanidad.
Con paralelismos a films representativos de lo mejor de Allen como La Rosa Purpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985) La Rueda de la Maravilla narra a través de un estudiante de dramaturgia europea, aspirante a poeta y guardavida de profesión de Coney Island, una playa de Nueva York, Mickey (Justin Timberlake), una serie de historias en las que él es protagonista en la década del cincuenta. Cuando Carolina (Juno Temple), una joven recientemente divorciada de un capo mafia, llega a Coney Island escapando después de haber declarado a la policía en contra de su ex marido, la vida de su padre Humpty (James Belushi), un operador de un vivaz carrusel, con quien no se hablaba desde hace cinco años, cambia radicalmente y la estabilidad de su afligida vida cobra una nueva luz. La chica busca en la casa de su padre un escondite de la persecución de los mafiosos, dos protagonistas de la aclamada serie sobre la mafia de Nueva Jersey Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007), ya que cree inocentemente que nadie la buscará allí. Mientras tanto, la esposa de Humpty, Ginny (Kate Winslet), la gran protagonista de la historia por su papel y versatilidad, mantiene una relación amorosa con Mickey a sus espaldas, pero la misma languidece por culpa de Carolina. Entretanto, el hijo de Ginny, Richie (Jack Gore), con su primer marido incendia cosas en cualquier lugar donde encuentra un poco de privacidad.
De esta forma, la obra introduce un caleidoscopio de personajes enmarañados en sus obsesiones. Mientras Ginny está marcada por sus fracasos como pareja, Humpty busca redimirse de su fracaso como padre para Carolina, a la vez que esta última intenta resarcirse de su fracaso matrimonial. El personaje de Richie funciona como un comodín cómico e impredecible que busca en el fuego la contemplación poética y la destrucción que condensa las relaciones intrincadas en la que los protagonistas quedan atrapados a través de sus sentimientos.
Woody Allen construye de esta manera una película escenográfica en la que cada acto parece cuidadosamente trabajado, tanto desde el set como desde la iluminación y las actuaciones, buscando con los cambios de luces transformar los primeros planos de las gesticulaciones de los actores, creando así una obra de carácter teatral en la que las actuaciones buscan indagar en la neurosis y los enredos en lo que los personajes se ven envueltos en una madeja que parece complicarse cada vez más. La fotografía a cargo de Vittorio Storaro (Reds, 1981) es exquisita y marca con sus primeros planos los cambios de iluminación y de coloración de esta pintoresca película.
Al igual que con su ciclo de las ciudades europeas, La Rueda de la Maravilla continúa con los pequeños dramas que Allen plantea a partir de Blue Jasmine (2013). Con una Kate Winslet brillante el opus mantiene la premisa de la creación de un personaje femenino complejo y atribulado que se debate entre un marido al que no ama, un amante que no la ama, los remordimientos respecto de relación anterior y la imposibilidad de controlar a su hijo piromaníaco. Así, a contrapelo de la mayoría del cine actual, Woody Allen mantiene con vida un cine de autor de calidad que le permite filmar sin restricciones películas de gran profundidad, que plantean distintos cuestionamientos sociales desde una visión intelectual, ya sea a través del drama o del humor, pero siempre con agudeza e ingenio.