No siempre han de ser comedias existenciales o románticas. La nueva película de Woody Allen es un drama. Muy bien actuado, bien ambientado, con la luz de media tarde que le pone el maestro Vittorio Storaro, y con esa tradición a lo Tennessee Williams o Arthur Miller de narradores melancólicos, un poquito culpables, familias alteradas y gente que arrastra a los demás en un sueño egoísta. Lo que no quita que haya también algo de romance, y ocasionales pizcas de humor.
Esto último lo brinda un gordito piromaníaco, hijo de una mujer que vive lamentando sus errores y esperando nuevas oportunidades, e hijastro de un gordo bueno y ordinario que se banca al chico, a la madre, a los amigos, y a la hija bonita que viene escapando de un mal matrimonio. El gordo tiene fama de alcohólico. La chica, un marido mafioso. Y la mujer tiene un festejante, como todavía se decía a comienzos de los '50, época en que esto ocurre. El lugar es Coney Island, barrio, playa y parque de diversiones. Por allí giran la calesita, la enorme "vuelta al mundo", y dos enviados del mafioso. Por allí anduvo Woody Allen cuando era un muchachito. Conoció de cerca ese ambiente, y personas como esas. Y conoció en el teatro el modo de representarlas. Y si, considerando alguna escenografía, ciertas escenas, el estilo, casi diríamos que esto es teatro filmado. No importa.
Kate Winslet encabeza el reparto con una caracterización y una interpretación admirables. Con ella, James Belushi, la tierna Juno Temple, Justin Timberlake, que por suerte acá no canta, y el dúo Tony Sirico-Steve Schirripa, reconocidas figuras de reparto de "Los Soprano". También, para destacar, el trabajo de Santo Loquasto, habitual mano derecha de Allen, y la dirección de arte de Miguel López-Castillo, parcialmente inspirado en los cuadros de Reginald Marsh y bien apoyado en los efectos digitales para fingir multitudes que los productores de Allen jamás pagarían.