La rueda de la maravilla

Crítica de Santiago García - Leer Cine

IMITACIÓN DEL MELODRAMA CLÁSICO.

Pasaron ya cuarenta años desde el comienzo de la década prodigiosa de Woody Allen allá por 1977 cuando estrenó Annie Hall y hasta su película más prestigiosa hasta la fecha Crímenes y pecados en 1989. Luego vinieron los escándalos, las polémicas, el estancamiento, las promesas de resurgimiento y hasta incluso un descomunal éxito de taquilla con Medianoche en Paris en el año 2012. Desde 1969 al 2018, el director parecía resistir todo y a todos. Hasta llegó a presentarse en los premios Oscar en el 2002 y fue ovacionado de pie luego de los ataques a las Torres Gemelas en su querida Nueva York. Ahora, en paralelo con el estreno de La rueda de la maravilla (Wonder Wheel, 2017), Woody Allen ha vuelto a caer en desgracia. Antes cualquier actor, no importaba que tan famoso o prestigioso fuera, hacía cualquier cosa por trabajar junto a él. Hoy, los actores le dan la espalda y hasta el más ignoto declara haberse arrepentido de participar en sus films. No todos, claro, Diane Keaton sigue defendiendo al director, como también lo han hecho otras personas. Pero es posible que el director nacido en 1935 esté viviendo su ocaso definitivo por motivos ajenos a su obra artística.

En este contexto llega este nuevo drama de Woody Allen ambientado en Coney Island en la década del 50. Toda una línea de su obra transcurre en el pasado, donde la nostalgia y una mirada poco realista del pasado juegan con su habitual mirada desencantada sobre los vínculos humanos. La rueda de la maravilla se emparenta con varios de sus films anteriores, en particular con La rosa púrpura del Cairo (1985), donde una mujer soporta la tosquedad y el maltrato de su marido, mientras ahoga sus sueños a la vez que busca una salida desesperada de su laberinto. Aunque hay un gran malentendido sobre el feminismo de Woody Allen (sí, hoy parece un chiste, pero fue considerado un cineasta feminista), lo cierto es que la mencionada Rosa púrpura, Alice y La Otra mujer eran un retrato centrado en el drama femenino. Habría que pensar hasta qué punto la protagonista de La rueda de la fortuna no es el propio Woody Allen con sus angustias y su constante frustración de no sentirse un artista total, algo que ha expresado en muchísimos de sus films.

Ginny (interpretada de forma brillante por Kate Winslet) es una actriz frustrada en la crisis de los cuarenta, digno personaje de un melodrama de Hollywood dorado o de una obra de Tennesse Williams. Coherente con este personaje es su marido (James Belushi) bruto, empleado del parque de diversiones en Coney Island. El narrador y tercero en discordia es el guardavida del balneario (Justin Timberlake, no del todo a tono con la película). Estos personajes y los que se suman, conforman un melodrama que busca emular a los clásicos del género, en particular al incomparable Douglas Sirk. El esfuerzo de guión para lograr esto funciona por momentos, pero a nivel estético el esfuerzo es tan grande que parece una imitación forzada de aquellos films. Ahí se encuentra con un aliado que a la vez es un enemigo: el veterano y brillante director de fotografía Vittorio Storaro. La luz de la película pasa de brillante a abrumadora, a punto tal de que cada plano es demasiado llamativo y se apodera de toda la concentración de la escena. No es raro que Storaro haga esto cuando le dan la chance. Es muy talentoso, nadie lo duda, pero no siempre juega para el equipo.

Más allá de estas objeciones, Allen entrega una película aceptable. Lo que termina de inclinar la balanza a favor es el personaje del hijo de diez años. El pequeño es un pirómano sin vueltas y la forma en la que parece desear ver el mundo arder no deja de ser inquietante. Como siempre, parece ser el clásico niño del cine de Woody Allen, desde su primer film, Robó, huyó y lo pescaron hasta Annie Hall o Días de radio. Parece haber un mensaje inquietante en ese personaje. Woody Allen, harto de todo, ya no quiere otra cosa más que ver como todo se prende fuego. Veremos como sigue su carrera.