Mezcla de suspenso con algo de road movie, llega La sabiduría, una película argentina que busca hacer cine de género con un toque autoral.
Tres amigas dejan la ciudad para pasar un fin de semana en el campo, alejadas de todo contacto con la sociedad: no hay internet, no hay señal de celular, no hay televisión. La primera noche deciden acudir a una celebración con los peones del campo y aborígenes de la zona, pero luego de la ingesta de una droga, Mara y Luz despertarán sin saber dónde está Tini. Ahí comienza una búsqueda que las conectará con los usos y costumbres de ese campo pampeano de una forma que no imaginaron.
El cine de terror o suspenso en nuestro país no parece todavía haber encontrado un código propio, y el director Eduardo Pinto parece estar muy consciente de eso. Utilizando las estructuras del relato de las películas slasher ambientadas en el decadente sur norteamericano, La sabiduría traduce este código a nuestra pampa, lo embebe de nuestra propia historia fundacional y provoca el mismo choque de clases que el cine yankee tan bien maneja desde que Tobe Hopper lo reformuló, en 1974, con su film La masacre de Texas.
El mayor mérito que el film tiene es la construcción de los climas. La película no abunda en explicaciones redundantes y deja que los personajes y los paisajes vayan construyendo, de a poco, la sensación de desamparo que, finalmente, desencadenará una carrera por sobrevivir a una cacería ancestral que las protagonistas no conocen ni comprenden. En este sentido es extraña la decisión estética que se presenta en la escena de los títulos, en la cual el espectador se ve enfrentado con diversas imágenes y sonidos violentos que lo alertan sobre el tono del film, desaprovechando así la construcción que desde el guion se busca, donde todo el inicio de la película podría embaucar al propio espectador que, tal como sus protagonistas, no está preparado para lo que luego va a venir.
La historia sufre a lo largo del film algunos problemas relacionados con la falta de una estética propia. Escenas traducidas literalmente de la del cine norteamericano, que acá pierden poder por no representar en nada la idiosincrasia de nuestro país, idiosincrasia que es esencial en esta historia. También hay problemas en la constante discontinuidad de la posición del sol, que quedan plasmados en planos que no se corresponden con los tiempos del relato (tardes que serían mañanas, etc.)y que desconcentran al espectador, alejándolo de la trama.
Un punto muy a favor que tiene la película es que el clima que se construye desde el guion es bellamente acompañado por la dirección de arte que, desde pequeños toques como las pinturas en la pared hasta grandes declaraciones como los vestidos que portan las protagonistas, le permiten al espectador intuir el tono del relato de forma muy precisa, siendo estas herramientas muy útiles al momento de decodificar los acontecimientos.
Las actrices desempeñan su rol correctamente y, aunque también sus personajes se embeben de los clichés del género, logran lo importante, que es que la química entre las tres es creíble, lo cual se vuelve imprescindible para que esta historia se sostenga. Nuevamente es en el guion donde surgen algunos problemas, ya que conocemos algo de Tini y mucho de Luz, pero de Mara, quien parece ser la líder del grupo (por lo menos en este fin de semana) no sabemos nada, excepto la información necesaria para que el desenlace pueda llevarse a cabo.