La sabiduría

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

CINE DE EXPLOTACIÓN DE LA CORRECCIÓN POLÍTICA

El auge de cierto discurso políticamente correcto –no solo superficial y esquemático, sino incluso negador de las capas de conflicto- empieza a tener una derivación sumamente negativa, a la que podríamos denominar “cine de explotación de la corrección política”. Es decir, películas que agrupan temas y lugares comunes de esa vertiente, agrupados sin mucho criterio para quedar bien y adecuarse a los tiempos que corren. La semana pasada ya habíamos tenido El secreto de Julia y ahora toca La sabiduría, otro film que, de manera bastante torpe, quiere quedar bien con los sectores indicados.

La película de Eduardo Pinto presenta a tres mujeres que deciden pasar un fin de semana en una estancia en medio del campo pero que, luego de participar en un ritual nocturno con los indios y peones del lugar, entran en una dinámica pesadillesca de persecuciones, abusos y sometimiento. El gran problema inicial de La sabiduría es que para presentar esta premisa se toma una enorme cantidad de tiempo, que lejos está de servirle para darles una entidad apropiada a los personajes, a la manera de buena parte del cine de terror estadounidense que utiliza el molde de las road movie para configurar conflictos sostenibles. No, acá hay un regodeo constante en un paisajismo banal –con bellos pero inútiles planos aéreos incluidos-; escenas de contemplación pretendidamente inquietantes pero que abusan de la cámara lenta y los primeros planos; y diálogos entre las protagonistas que quieren cimentar algunos dilemas existenciales aunque nunca pasan de lo obvio. El resultado es previsible: unos primeros 45 minutos aburridísimos, donde el relato nunca encuentra un rumbo claro.

Lo que viene después, a partir del giro introducido por ese ritual cuando menos confuso (y que en verdad solo implica el tomar una bebida alucinógena) es una trama donde se mezclan referencias a las luchas históricas en la llanura pampeana, las matanzas de los pueblos originarios y la opresión a la mujer. Ese reposicionamiento al estilo Dimensión desconocida –salvando (y mucho) las distancias-, con toda su ensalada estética y temática, podía haber derivado en un delirio divertido o cuando menos estimulante desde el absurdo, pero la película se toma demasiado en serio a sí misma, cayendo en un tono solemne y sentencioso. De ahí que la segunda mitad de La sabiduría logre una particular hazaña: superar en aburrimiento a la primera parte.

Hay algo paradojal en La sabiduría: se pretende importante y relevante desde los tópicos que aborda, pero su tratamiento es tan superficial y facilista que, cuanto más enfática se pone, menos seria parece. En un punto, hasta recuerda a la corriente del cine político argentino de los ochenta y noventa más urgente y a la vez arbitrario, que no se preocupaba por el rigor sino por los temas de moda. Es una película que se quiere vender como actual, pero que atrasa varias décadas.