Travesía desafiante de dos creadores
Con la mediación del hijo del fotógrafo brasileño, el director alemán de "Las alas del deseo" relata los recorridos del cazador de imágenes como el diálogo entre dos personas que han hecho de una mirada personal la razón de sus vidas.
Presentada en la Sección Oficial de Cannes 2014, junto a obras de Mike Leigh, Olivier Assayas, David Cronenberg, Ken Loach, los Hermanos Dardenne, entre otros, La sal de la tierra lleva a problematizar el concepto, la categoría, del llamado género documental, que en una primera acepción, tal como leemos en los diccionarios, se nos señala: "registro de la realidad, en sus diferentes aspectos, a partir de una elección de tiempo y espacio determinados, que puede construirse desde una mirada 'sin mediaciones' o bien a partir de una actitud crítica".
Formato que está en permanente curso de problematización, el documental o bien responde a parte de lo señalado o también se identifica como un cierto recorrido de mirada en el espacio del llamado cine de la ficción. Pero hay momentos en que, desde estas apreciaciones, se torna complejo establecer categorías de separación; lejos de esto, a veces se suelen imbricar.
A simple vista, el film de Wim Wenders La sal de la tierra, premiado en Cannes en la sección Una cierta mirada y por el público en San Sebastián, entre otras menciones en festivales del año pasado, puede llegar a ubicarse en el registro del documental; de hecho, así lo presentan los programas. Pero el particular tratamiento que le ofrecen sus realizadores va mucho más allá de lo que marcan las definiciones. Y en tal caso, lo que creo tenemos ahora frente a nosotros, es un diálogo entre un cineasta y un fotógrafo: dos artistas. Es un encuentro entre el realizador y creador de Las alas del deseo y el cazador de imágenes Sebastián Salgado; mediando, sí, la presencia y la labor del hijo de éste, en la reconstrucción, a través de los viajes, de toda una Poética de la Mirada.
Desde una orilla europea, Wim Wenders traza a un puente a otras realidades. A sus setenta años, cumplidos hace unos días, podemos ver este notable film que recupera la voz, las vivencias de este artista, Sebastián Salgado, nacido en el estado de Mina Gerais en febrero del 44; quien, a partir de los años setenta y tras alejarse de su profesión de economista, se lanza a cruzar fronteras, junto a su compañera y madre de sus dos hijos, Juliano y Rodrigo. De esta manera, el film de Wenders reconstruye una suerte de biografía, pero lo hace a través de los itinerarios que recorrieron, de los espacios que habitaron, de los acontecimientos que eligieron testimoniar.
En blanco y negro, sí, así son estas imágenes fotográficas que van articulando una gran narración en capítulos, cada uno de ellos con sus significativos nombres. En blanco y negro, como tantos films de Wim Wenders, apelando a ese efecto por momentos surreal; otras veces, develando su composición expresionista. En la extensa filmografía de Wim Wenders, que ha elegido el viaje y el camino como motivos constructores de toda su obra, me vienen a la memoria (siempre en blanco y negro), Alicia en las ciudades, En el curso del tiempo, El estado de las cosas. Cineasta, pintor y fotógrafo e investigador de la obra fílmica del olvidado realizador japonés, Yasujiro Ozu, Wim Wenders ha logrado construir toda una obra que se interroga constantemente sobre cuestiones estéticas que alcanzan a todos los campos de la representación.
Desde su oficio de fotógrafo y cineasta, tomando como referencias las pinturas del admirado Edward Hooper y las de la escuela flamenca, (particularmente a Vermeer), en sus trabajos sobre el plano, Wim Wenders ahora nos deja en el espacio de un soñado claroscuro con el rostro del fotógrafo Sebastián Salgado. Y el relato se inicia sereno, con pausas, con la impronta de vivencias que nos invitan a recorrer tierras lejanas; a enfrentarnos con hechos atroces provocados por la ambición de los poderosos, devastando la dignidad humana. Y luego, para revelarnos la armonía de la naturaleza.
Casi treinta países visitó Sebastián Salgado y retrató en cada uno de ellos lo que consideraba que debía testimoniar. Las tierras del Amazonas (nombre de la casa productora de Salgado), de Indonesia, del Congo, de Nueva Guinea. Un utópico viaje como los mismos viajes en el cine de Wenders, de filiación romántica, se va abriendo ante nosotros, llevándonos a las heladas tierras de la Antártida y a los áridos desiertos de Medio Oriente. Un sentimiento épico, una mirada humanista, nos entrega Salgado, desde la cámara de su hijo y de Wim Wenders. Una fuerza lírica que nos lleva a vibrar ante los sucesos trágicos de Rwanda y la guerra de los Balcanes, los territorios asolados por el hambre y la miseria. Los seres olvidados.
El film nos llega como una travesía desafiante, sí; pero, desde la voz de un creador en diálogo con otro. No encontramos aquí la omnipotencia mesiánica de algunos films de Werner Herzog. No participamos de la brutal empresa de Fitzcarraldo; pero igualmente recorremos estos espacios desde una mano que se extiende en busca de otra mano, desde la manera en que ambos, fotógrafo y cineasta, plasman el dolor. De esta manera, diferentes comunidades van asomando en la pantalla a partir de sus historias, narradas con la luz, en los ámbitos de la exclusión, indiferencia, avasallamientos.
En su texto Cuento de invierno, publicado en agosto de 1991, Wim Wenders nos recibe con estos interrogantes: "Cuando fotografiamos o filmamos un lugar ¿establecemos con él una relación distinta de la que teníamos antes, cuando habíamos pasado frente a él y simplemente nos habíamos quedado mirándolo? .¿Se crea una especie de "relación de propiedad"? ¿QuÉ permanece en esa persona que ha hecho una fotografía de un lugar? ¿Qué queda ahora del lugar de la imagen? Ante estas preguntas, lejos de escuchar respuestas, los puntos suspensivos siguen sobrevolando este film que explora las vías de cómo pensar un llamado cine documental, en relación con el espacio y tiempo, con el trazo de la luz; compartiéndolo con nosotros, espectadores, los prójimos.
En esta nota que sólo intenta ofrecer un perfil de ambos creadores, la concepción de Wenders sobre el cine nos lleva a otras tantas preguntas que se cifran en el texto mismo de su autoría El acto de ver. Y en él, publicado a principios de los 90 en Alemania y en el 2002 en su traducción al castellano, ya los nombres de sus capítulos se van acercando a la obra de Sebastián Salgado: "Percibir un movimiento", La verdad de las imágenes", "Sobre pintores, montaje y cubos de basura", "Hacer la revolución sin exigir la verdad", "For the City that Dreams", "Muros y espacios libres", entre tantos otros.
Si bien en nuestro país el cine de Wim Wenders ha tenido y tiene una destacada recepción, (como aconteció con París-Texas y Las alas del deseo) su obra nos ha llegado de manera discontinua. Y algunas de ellas, sólo se han podido conocer en ediciones limitadas y en proyecciones alternativas al circuito habitual. Ahora en La sal de la tierra, expresión que para Sebastián Salgado equivale a "la gente", Wenders parece dialogar no sólo con este recorrido del fotógrafo: sino además con su propia obra fílmica. Y pienso al respecto desde este proyecto de búsquedas en su admirable film, Lisboa Story, del 95, realizado a posteriori de haber colaborado con el maestro Michelangelo Antonioni en Más allá de las nubes, estrenado en el centenario de la primera proyección pública cinematográfica, en París, a cargo de los Hermanos Lumiere.
Si bien Sebastián Salgado nos va conduciendo hacia ese capítulo llamado "Génesis", en el cual la Naturaleza se presenta de manera celebratoria y descubre los gestos amables, no olvida reinstalarnos, desde sus imágenes, en los escenarios del horror. Y ese horror nos es captado con una luz dramática, que ahonda en una personal estética, que modela el acto de captura de los hechos. Y que ha llevado a fuertes polémicas, particularmente, con la eximia ensayista, ya fallecida, Susan Sontag, tal como lo va formulando en su libro "Ante el dolor de los demás", dado a conocer en el 2003.
Y en relación con el nombre dado a este film, me veo motivado a recordar que allá en el año 1954, realizado por Hebert Biberman, con guión de Michael Wilson y música de Sol Kaplan, (todos ellos figuraban en las listas negras del período maccarthista) se dio a conocer en formato "documental" o bien en el de "docu-ficción", un film homónimo, que da cuenta de una huelga de mineros del estado de Nuevo México, protestas que hicieron junto a sus compañeras. Se puede localizar en versión integral y en castellano en la red de Internet.