El hombre de la cámara.
Una pequeña selección de fotografías rompen el silencio de una conversación cuya esencia consiste en una sólida base visual; una conversación entre el artista Sebastião Salgado y sus obras, que el espectador tendrá la oportunidad de presenciar durante casi dos horas, donde -semejante a esas escasas charlas entabladas con la familia o amigos más cercanos- no se anticipa la desmesurada repercusión que tendrá en nosotros. “Un fotógrafo es literalmente una persona dibujando con luz, un hombre escribiendo y reescribiendo el mundo con luces y sombras”; Wim Wenders acompaña con su pacífica voz las imágenes del epílogo, adelantándonos aquello sobre lo cual giran las fotografías, y por lo tanto, el film: el ser humano. El humano que, como explaya el cineasta alemán, es la sal de la tierra. Así se emprende el viaje guiado por los retratos de Salgado, retratos de una cruda realidad que provocan una mirada reflexiva sobre el papel que adoptamos en la sociedad, y a su vez un examen introspectivo sobre nuestro propio ser. Se expone ante nosotros la evidencia de una verdad que muchas veces optamos no ver: sí, el hombre es la sal de la tierra, pero también es aquello que la destruye.
Las fotografías de Salgado te transportan de manera inmediata a la situación retratada, a aquel momento, a aquel lugar, junto a esas personas; éste es el motivo por el cual sus obras resultan tan cautivantes: su mirada no es la de un fotógrafo que solo busca dar a conocer aquello que presencia, sino que se aleja de esa visión ajena para encontrar su lugar junto a esta gente, acompañándolos, “queriendo” vivir lo que ellos viven y sentir lo que ellos sienten; se adapta a esa “nueva” realidad y captura con su cámara esos breves instantes de vida que desembocan en una inminente conmoción. Aquellas acciones detenidas en el tiempo, aquellas miradas eternas, son momentos únicos que reflejan la felicidad, el dolor y demás emociones en su estado más puro.
El documental, al igual que el mismo ser humano, presenta una enorme ambigüedad: a pesar de que en más de una ocasión el contenido de las imágenes sea terrible, visualmente las obras cuentan con una hermosura innegable. El impacto no solo es logrado por lo que vemos, sino también por cómo lo vemos; la armonía entre la visión del fotógrafo y la situación retratada cumple con un equilibro sublime, como pocas veces es logrado. La Sal de la Tierra no se ve satisfecha con el uso superficial del entretenimiento como motor del film: Wim Wenders, Sebastião Salgado y su hijo, Juliano Ribeiro Salgado, realizan una oda al arte, al hombre y a la vida, en la que proponen una experiencia que nos conmueve, nos inquieta y nos revuelve tanto el estómago como nuestros pensamientos. Sin duda alguna, hoy por hoy, necesitamos más películas como esta.