Fascinante travesía que conviene ver en pantalla grande
La sal de la que aquí se habla puede darle riqueza y variedad a la tierra, pero también puede volverla estéril y provocar la muerte de sus habitantes. Esa sal es el hombre mismo, está diciendo Sebastião Salgado. Durante décadas este fotógrafo de grandes agencias periodísticas fue registrando terribles desastres colectivos a lo largo del mundo, y también admirables esfuerzos humanitarios, como los de esos bomberos que viajaron de todas partes para apagar 50 pozos petrolíferos de Kuwait (como se recordará, el humo llegaba hasta el Everest), o Médicos sin Fronteras, organización que recibe un porcentaje por la venta de reproducciones de ciertas obras de Salgado.
Esas obras fueron criticadas como "estética de la miseria", "arte a costa del dolor ajeno", etc. por gente cómodamente sentada que nunca estuvo junto a los infelices que huían de Ruanda o los Balcanes, o preparaban para el entierro el cuerpo esquelético de sus seres queridos, como estuvo Salgado. Sus fotos de la hambruna en Etiopía, publicadas en tapa de los diarios, impactaron e hicieron que la opinión pública comprendiera ese drama mucho mejor que las frases trabajosas de los teóricos y los políticos. Él impacta y conmueve el corazón. Ésa es la clave. Si para eso necesita contrastar más el dramático blanco y negro de sus cuadros, estilizar el encuadre, provocar un especial extrañamiento, bienvenido sea su esteticismo.
En "La sal de la tierra" nos enteramos de su vida, su paso de economista en París a testigo y mensajero en los peores lugares, sus viajes, y el respaldo de su familia. Él mismo cuenta la historia de cada persona fotografiada, confiesa haber llorado de impotencia en África, reflexiona sobre el ser humano, se amarga, pero también recuerda a la buena gente primitiva que conoció de veras en lugares perdidos, y explica la génesis de su libro "Génesis", sobre los rincones que aún mantienen la belleza de su primer día en el mundo. Nunca habla de técnica, sino de personas. Su hijo Ribeiro Salgado lo acompaña por el desierto ártico y la selva papúa, su esposa y su padre anciano demuestran cómo se degrada la tierra y cómo pudieron revivirla en su finca, creando luego el Instituto Terra de recuperación de la mata atlántica. Y Wim Wenders, principal director de este documental, nos habla cada tanto sin mostrarse, y le da un armazón a ese cúmulo de imágenes fascinantes, agobiantes, y también hermosas. Los manteros ya la tienen, pero a esta película conviene verla en pantalla grande.