El dilema del extranjero
En su opera prima, el director Juan Martín Hsu se mete no sólo con un universo prefijado de referencias y tonalidades que tienen que ver con el cine independiente argentino, sino además con un mundo que sostiene el relato como ese de la feria de La salada, espacio que alberga (es una forma de decir) a los protagonistas de este relato coral y que oficia como tilde que remarca y da contexto a la experiencia de los personajes. Sin embargo, el mayor hallazgo del realizador es lograr que ese juicio previo que podemos tener sobre un film que se centre en La salada y que verse sobre los mecanismos del trabajo esclavo y la inmigración explotada, se perviertan en pos de una historia alejada de la bajada de línea tranquilizadora y más cerca de una sensibilidad puesta en función de comprender al otro.
Son tres las historias que integran La salada, las cuales se van entrelazando progresivamente pero sin una planificación que connote la presencia del guión. Esas historias se cruzan porque así es el mundo caótico de la gigantesca feria ubicada en los márgenes de la Ciudad de Buenos Aires, un mundo de relaciones de interés donde la diferencia de fuerzas entre las partes determina posiciones de sometimiento y poder. Pero si hay algo que une a estos personajes es la sensación de soledad, de angustia existencial, lo cual es para el director algo previo a la condición de extranjero. Es decir, primero se está solo, alejado, desconectado; luego se es extraño. Por eso que en todas las historias será el amor el elemento que ingrese para tratar de modificar la experiencia de los protagonistas, un lazo afectivo que morigere aquella soledad.
Decíamos de los prejuicios sobre una trama ambientada en La salada, los cuales son saboteados por el film constantemente. Si bien no se elude ese contorno amargo y desprotegido que uno imagina, la película deja de lado cualquier posibilidad de sordidez y se preocupa por construir personajes entrañables y complejos, que incluso pueden ser solidarios y tener buenas intenciones, aún cuando sean jefe y empleado. Es una apuesta, que puede gustar o no (uno imagina que no faltará quien la trate de tibia), pero no deja de ser una decisión que se sostiene desde la puesta en escena, con una cámara que busca ponerse a la par de sus personajes y nunca por encima. No hay cinismo en la película de Hsu, tal vez sólo un reprochable tono medio que por momentos encapsula demasiado las emociones con el fin de no desbordarse.
Lo más interesante se da en la historia de Huang, el más a la deriva de los personajes, quien no sólo se dedica a la venta de películas argentinas truchas, sino que además recurre a esas mismas películas (de Favio a Bielinsky, de Rejtman a D’Angiolillo) como una forma de educación cultural. No sólo el cine obrando como referente mayor de una identidad nacional, sino además una serie de autores que son citados como propia búsqueda de identidad por parte de la película. La salada se inscribe fácilmente en ese segmento de películas con una mirada personal, pero que a la vez incorporan elementos que al gran público pueden seducirlo. Espejándose en ese conflicto, la película termina encontrando su tema: cómo incluirse en otro lugar, otra cultura, sin perder la propia identidad. El dilema del extranjero.