Navas oscila entre logros y falencias en esta ópera prima que permite guardar esperanzas para el futuro.
Jorge maneja su taxi en una noche lluviosa de Bogotá. Noche en la que parece llover como si fuera a hacerlo para siempre. En una calle perdida, alguien se le cruza para ofrecerle una cita con “El teniente”. Por algo se resiste con violencia y tras unos cuantos golpes Jorge queda abandonado sobre el asfalto mojado.
Ángela es una compulsiva consumidora de alcohol, cocaína y sexo exasperado. Buscando un taxi en la lluvia, se cruzará con Jorge, a quien terminará llevando al hospital y acompañará en un extraño viaje al centro de la violencia mafiosa de la ciudad.
Jorge Navas, realizador de La sangre y la lluvia, construye una trama que es hija obediente de la tradición del policial negro. Personajes amorales; un par de sujetos ajenos al mundo de la delincuencia, involucrados con intereses de grupos mafiosos; una trama secreta que se devela al espectador al mismo tiempo que a los protagonistas; nocturnidad, erotismo y alcohol hermanados, y un camino que no puede desentenderse del destino trágico de los sujetos comunes y corrientes.
Lo cierto es que, aplicando con rigor reglas de un género, Navas tiene aciertos y desaciertos en esta, su primera película. Por el lado de los aciertos, cabe destacar la presencia de la ciudad, la lluvia y la noche como espacio dramático. Las actuaciones, especialmente de la pareja protagonista, y la simpleza informativa de los diálogos, que son pocos y precisos (aun cuando al final, tal vez la función explicativa de los mismos, también propia de la tradición del género, los convierta en una serie larga de confusiones y reiteraciones). El uso de la cámara, que está cerca de los personajes, al tiempo que informa con austeridad del contexto, es también un elemento positivo a destacar.
El problema en el trabajo de Navas está centrado en cierta pobreza en la construcción de los personajes (especialmente Jorge, quien parece abandonado de todo pasado, cuando está en el lugar menos indicado por una serie de hechos que lo obligan a asumir ese rol). Las relaciones oscuras, son tal vez algo más oscuras de lo que debieran, y cierto esquematismo en los personajes, poco dados a las sutilezas, son puntos débiles de la narración. Lo mismo puede decirse de la forzada relación entre Jorge y Ángela. La poca calidad del sonido y la imagen (que no podemos discernir si se trata de problema de origen, copia presentada o sala de exhibición), coadyuva a que la película pierda potencia, decaiga el interés a lo largo del metraje.
Si Navas profundiza su trabajo sobre lo narrativo, y explota el género desde la impronta urbana que propone Bogotá, probablemente tenga un interesante futuro. Si en cambio, insiste con cierto rictus melodramático y novelesco, con personajes algo pobres, entonces el futuro lo hará un realizador olvidable. Por el momento con La sangre y la furia ha mostrado valores y debilidades casi en partes iguales.