No reconciliados
La película comienza con una pareja en crisis negociando su divorcio con un juez. Ella quiere irse a vivir al extranjero, él prefiere permanecer en Irán y ambos justifican su decisión por el futuro de su hija. Lo primero que salta a la vista es que, al igual que en los trabajos anteriores de Farhadi, la pareja no se ajusta a la imagen estereotipada de Irán que tenemos en occidente. Son un hombre y una mujer que por su vestimenta (a excepción del chador), su modo de vida urbano y su manera de expresarse podrían habitar cualquier ciudad occidental. La separación posee una gran densidad humana, ética y política. La película plantea numerosos temas: el divorcio, los conflictos de clase, el lugar de la mujer en la sociedad, la religión, las relaciones filiales, la inmigración, la mentira y la preocupación por las apariencias. Oscilando entre lo intimista y lo universal, Farhadi le otorga fuerza a cada uno ellos pero no ofrece respuestas.
Simin pide el divorcio, deja el hogar y vuelve a la casa de sus padres. Nader contrata a Razieh para ocuparse de su viejo padre enfermo. Nader y Simin pertenecen a una clase media liberal y Razieh a un medio precario muy apegado a la religión. La separación enfrenta dos mundos diferentes sin tomar partido por ninguno. En la mitad de la película se produce un incidente que cambia por completo el rumbo del relato. Como en A propósito de Elly, se trata de un hecho que no vemos, una escena ausente que aspira toda la película como una fuerza centrífuga. Este suceso genera una confrontación entre Nader y Razieh que de a poco implica a otros testigos y establece un juego de trucos y mentiras desplegados para salvar las apariencias. A partir de este momento, el motor narrativo es un encadenamiento de causas y efectos cada vez más caóticos. Cada uno tiene sus razones y resulta imposible juzgar las subjetividades de sistemas de valores diferentes. El director les da la palabra a todos para que el espectador explore los distintos puntos de vista. En este punto, tal vez haya que reprocharle a Farhadi el hecho de postergar la versión de la historia vista desde el desamparo de Razieh hasta el desenlace, para privilegiar el suspenso. A medida que la película avanza, volvemos a visitar mentalmente las escenas anteriores y dudamos de lo que hemos percibido o comprendido. La verdad se pierde en un sinfín de observaciones contradictorias y escenas similares que se repiten aportando una luz ligeramente diferente.
La separación es una película física, tensa y eléctrica, que no da respiro. La dinámica del montaje genera el vértigo necesario para entender la complejidad de lo que está en juego. Farhadi demuestra gran habilidad para sumergirnos en una historia cuyas acciones llevan consigo una parte de la duda que la película intenta revelar. El guión es muy preciso y la puesta en escena es fluida, intensa y muy controlada. La cámara se clava en cada uno de los personajes, los sigue con nerviosismo en sus incesantes desplazamientos y encuentra siempre el buen ángulo, la velocidad pertinente y la distancia justa. Farhadi juega con una paleta de colores reducida que va del azul marino al verde descolorado para pintar un mundo sombrío con tonos cotidianos. La acción se desarrolla en los interiores, como en Fireworks Wednesday, pero en ese microcosmos resuenan los distintos componentes de la vida iraní. La separación conmueve sobre todo por la presencia de la hija en medio del divorcio. Termeh condiciona a Simin y Nader, que permanecen extremadamente preocupados por su mirada. Termeh debe decidir si quiere vivir con su padre o con su madre. Lo que está en juego es tan pragmático como emocional, por eso la extraordinaria escena final culmina en el momento justo.