El desencuentro como lenguaje
El director iraní Asghar Farhadi involucra al espectador en una sucesión de dramas cotidianos, actuados con sutileza por un elenco excelente.
La cámara fija registra a la pareja interpelada por la lente y un personaje fuera de campo. Enseguida plantean la cuestión que los lleva a exponerse ante el juez, dichos de los que el espectador es testigo. La separación de Nader y Simin, del director iraní Asghar Farhadi, transmite la complejidad del vínculo matrimonial, pero, sobre todo, lo ubica en el vasto mosaico de las relaciones personales en Teherán, ciudad donde vive la pareja que, hasta hace poco, había decidido emigrar. Cualquier decisión afectará a su hija Termeh (Sarina Farhadi, hija del director) de 11 años.
La película va ampliando el campo de conflicto y agrega dilemas. El proyecto familiar queda trunco porque el esposo no quiere dejar a su padre enfermo de Alzheimer; la esposa vuelve a casa de sus padres sin Termeh. La niña aporta una intensidad extraordinaria al rol de la hija presionada por los adultos y sus sentimientos. El desarraigo es apenas un tema en La separación.
Farhadi muestra la fuerza de las creencias y la estructura social, sin enunciar ni fustigar al stablishment de su país. Progresivamente se suman actores sociales, como la empleada que Nader contrata. Razieh (Sareh Bayat) llega al departamento con su hija, otra niña silenciosa, y se hace cargo del anciano como puede. La mujer va expresando con la mirada todo aquello que calla y el espectador atento comienza a intuir.
Un incidente en la casa desencadena otro drama que envuelve a la pareja en un litigio judicial paralelo. Razieh es una mujer religiosa, que consulta el Corán ante situaciones complejas que no sabe cómo resolver. También tiene un marido, que se involucra en la historia, personaje que aporta elementos para interpretar la delicada situación de género por la que atraviesan Simin y Razieh, perspectiva de la que la primera quiere salvar a su hija Termeh. Las relaciones filiales son captadas por la cámara con naturalidad y ritmo de documental. Las visitas al juzgado transmiten la angustia de los personajes, en esa maraña de leyes restrictivas, también asociadas al dinero.
Peyman Moaadi (Nader) y Leila Hatami (Simin) son actores sensibles, delicados, que van mostrando el drama sin desbordes. La película de Farhadi, Oscar a la Mejor Película Extranjera y Oso de Oro 2011, es el reflejo de una cultura que se interpela, con el cine como excusa e instrumento liberador.