Irreconciliables diferencias
La ganadora del premio Oscar a la mejor película en idioma extranjero del último año lleva por titulo “La separación” de Asgar Farhadi, el mismo realizador de “A propósito de Elly” (2009), también última ganadora del Festival de Berlín, donde se alzó con el Oso de Oro a la Mejor Película y a las Mejores Interpretaciones de ambos géneros (salió premiado todo el reparto: los dos actores y las dos actrices).
La película comienza con el pedido de divorcio de una pareja de clase media, ella quiere exiliarse a otro país pero no quiere irse sin su hija, siendo su deseo que pueda crecer en libertad de pensamiento y de credo; él, por el contrario, quiere quedarse para cuidar a su padre enfermo de Alzheimer. Todo parece real, todo es una gran excusa.
El contexto familiar concluirá fatídicamente cuando una mujer embarazada, religiosa, que contratan para que cuide al enfermo, en una disputa con Nadir, termine en un accidente que le provocará un aborto.
La narración cambia y se transforma en una radiografía de los pormenores judiciales en Irán, trastocando la estructura dramática del filme en un thriller jurídico, donde los personajes quedan atrapados en cuestiones sociológicas y morales, no exenta de una visión realista y compleja de los personajes, sean hombres o mujeres, subyugados por la ley imperante, sobre todo de los mandatos religiosos.
El anagrama, pensando esto en los cambios que el texto propone, con los mismos elementos presentados está en la mirada del director, quien se deposita en el drama, plantea preguntas, no da respuestas y, por supuesto, no juzga a sus criaturas.
“La separación” no es una producción iraní más, es que se acerca mucho, no copia, se asemeja, y muy bien, a la estética y la estructura narrativa utilizada por el genial director japonés Akira Kurosawa, quien universalizaba el discurso a partir de una mirada occidental, tanto en el contenido como en sus formas.
Filmada mayormente con cámara en mano, no nerviosa, con muy pocos exteriores, todo esta milimétricamente diseñado para que esos espacios redichos, internos, claustrofóbicos, se trasladen a las vivencias de los personajes y a partir de ellos por identificación a los asistentes.
Si bien se aparece en primera instancia como una realización fría, distante, con ausencia de música extra diegetica, que redundaría en esas sensaciones, los conflictos planteados, las preguntas morales, la disyuntiva de hacer lo correcto o hacer lo que redunda en un beneficio personal, modifican esas primeras impresiones.
Temas para nada sencillos se hacen presentes, tales como la verdad, el amor, el egoísmo, las diferencias sociales, la construcción de la imagen parental, la envidia, la honestidad pero, por sobre todo, la subjetividad de los humanos, tal cual lo mostraba Kurosawa en una de sus obras maestras,“Rashomon” (1950), también ganadora del Oscar en la misma categoría que esta.
El cine iraní nos ha enseñado en los valores de una estructura basada en la contemplación, en la repetición con sutiles diferencias, en los silencios que hablan más que las palabras, estética en la cual encontramos entre sus abanderados a realizadores como Abbas Kiarostami, Mohsen Maklhmalbaf o Jafar Panahi, por lo que no se asombrará por estará en presencia de una narración dinámica.
La incuestionable potencia de la representación de la vida cotidiana contemporánea en ese mundo árabe, casi desconocido para los occidentales, de la que mucho se habla pero poco se ve, y menos se verifica, aquí presente en toda su potencia, que incluye una férrea resignación a las leyes religiosas, que cambia un episodio privado, una anécdota dramática, en un hecho de universalidad incuestionable.
Los conflictos morales a los que se enfrentan los personajes son reconocibles en cualquier parte del mundo, más allá de las pequeñas o grandes diferencias culturales.
Esto se debe a la maravillosa construcción de los personajes. Un padre que le confiesa haber mentido a su hija, que al mismo tiempo no quiere influir en el libre juicio de la niña; una esposa que no dejo de amar, pero que la convivencia se hace insostenible; otra pareja más aferrada a las costumbres musulmanas, en la que el marido es victima de la globalización de la pobreza, y de la desocupación.
Una historia muy bien entretejida y con tanta fuerza desde la imagen, que también hace hincapié en los diálogos, por sobre todo, inteligentes.
Tal es el nivel de compromiso con el espectador que, aunque sólo nos remitamos a la potencia de las interpretaciones, que nos presentan los personajes femeninos, muy lejos, casi en las antípodas, de lo que los occidentales imaginamos como debe una mujer sometida bajo un régimen totalitario, extremadamente misógino, malinterpretando los decires devotos, para convertirla en una excusa al servicio de la opresión, las actrices Leila Hatami y Sareh Bayat, se constituyen en un valor que le otorga al filme el plus de saber que ha valido la pena verla.
(*) Obra dirigidas por Charles Shyer